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Cuando el empate sabe a derrota

Cuando el empate sabe a derrota

EN el momento en el que Aduriz anotó el segundo gol del Athletic hacia el minuto 64 pensé: esto está hecho. Lo malo es que lo pensé en alto, o sea, que lo dije y me escucharon, así que luego, cuando Arribas marcó el tanto del empate para el Deportivo prácticamente en el último minuto tuve que escuchar alguna que otra voz cargada de retintín: “Conque está hecho, ¡eh...!”. Es lo que tiene ver un partido en comandita, que expresas tu padecer sobre el asunto y luego te salpica en la cara toda la parafernalia que rodea este deporte tan pasional y crujiente: desde el consabido así es el fútbol hasta el más evidente: un partido dura por lo menos noventa minutos.

Lo malo es que semejante perogrullada también la deberían tener muy presente los jugadores, hasta recitarlo como si fuera un mantra, para no caer en la suficiencia y la desidia, justo lo que le pasó al Athletic en cuando Aduriz hizo el segundo y yo, con toda mi candidez, pensé en alto sin prever que el equipo gallego tampoco merecía tanto castigo según lo visto hasta entonces, tuvo la gallardía de no caer en el derrotismo y siguió buscando con denuedo la portería de Gorka Iraizoz, mientras su rival se sentía ya ganador, bajó la tensión y se fue aculando de pura inercia, hasta que toda la parafernalia de este invento (un partido dura...) le cayó encima como una losa, firmando tablas en el último minuto, trayéndose de A Coruña un empate con sabor a derrota.

Porque si el Athletic hubiera mantenido el grado de ambición que se le supone a un equipo con pretensiones, o al menos la atención de un conjunto desconfiado dado los antecedentes, el partido habría tenido más posibilidades de acabar con un final feliz, a tres puntos de las plazas europeas, y sin embargo ahora el cuadro bilbaino se encuentra a dos de la zona de descenso.

Todo el mundo tenía claro que el choque frente al Deportivo era clave para confirmar todas las buenas sensaciones captadas ante el Valencia tras el irregular arranque de la temporada, y así lo entendieron los jugadores. Hasta que Aduriz anotó el segundo, tras una memorable maniobra de desmarque y otro excelente pase de su socio Raúl García, y los rojiblancos cerraron mentalmente el kiosco, como también lo hizo el entrenador, que tampoco supo interpretar el ritmo que marcaba la partitura y tardó demasiado en reaccionar, en hacer los cambios pertinentes.

Ha sido además el equipo titular, los mejores o los más fiables a juzgar por el técnico, quienes han fallado, lo cual provoca que vuelvan las dudas sobre sus prestaciones reales.

Un dato: Aduriz lleva marcados doce goles en quince partidos. Eso supone la mitad de los realizados por todo el equipo en lo que va de temporada, circunstancia que realza el grado de dependencia que el Athletic mantiene de su delantero centro, cuya fiabilidad y eficacia va creciendo con los años.

A la hora de calibrar su ausencia en la última convocatoria de la selección española me cabe la duda sobre las razones de Vicente del Bosque. Si realmente miró el carné de identidad del mozo donostiarra (34 años) o si en cambio prefirió curarse en salud, dando por hecho que los focos de los medios de comunicación habrían resucitado con aviesas intenciones su declarada condición de abertzale, y bastante tenía ya con aguantar la controversia sin fin que Gerard Piqué le procura. Gracias a la sagacidad del marqués, Aduriz estuvo al abrigo del virus FIFA y pudo entregarse con renovada energía al partido de Riazor, aprovechando una de las escasas oportunidades que dispuso para batir a Germán Lux. Porque esa es otra asignatura pendiente: lejos de San Mamés, las prestaciones del Athletic bajan una barbaridad. La otra es el gol, suerte y pericia sobre la que Iñaki Williams debe esmerarse, y eso esperamos, ahora que ha vuelto a sentir ese gusto especial que provoca el acto culminante que tiene el fútbol.

Terminado el partido, Valverde no tuvo otro remedio que admitir el paso atrás que dieron sus muchachos, porque solo así se podrá corregir lo que parece ser un desatino que tiene mucho que ver con la mentalidad y la psicología.

Tras perder la Real Sociedad ante el Atlético de Madrid (0-2), le preguntaron a David Moyes sobre su valoración de la derrota. Ni corto ni perezoso respondió que la Real había jugado “muy bien”; considera que es el mejor entrenador posible para conducir el proyecto y si el equipo solo lleva seis puntos y está empatado con el antepenúltimo es por una cuestión de “mala fortuna”. Se quedó tan pancho. Debe ser que la fantasía también reconforta.