LA llegada de Alfonso Alonso ayer al Parlamento Vasco, flanqueado por Maroto y Andrés y esperado por Oyarzábal, es el resumen de la crisis interna del PP vasco que se ha llevado por delante a Arantza Quiroga y quizá a una María Dolores de Cospedal cuya responsabilidad como secretaria general del partido fue suplantada por el propio Alonso en el papel de desautorizar a la expresidenta de la sucursal vasca y, de nuevo, ayer cuando resolvió en minutos la sucesión de esta a través de sí mismo, cerrando de ese modo una suerte de autogolpe interno.

Alonso quiso exhibir ayer que manda mucho en el PP vasco porque manda ya en el PP español. O, lo que viene a ser lo mismo, cuenta con el mandato delegado de Mariano Rajoy para hacer y deshacer en este rinconcito díscolo del norte que, en la práctica, es la menor de las preocupaciones preelectorales del presidente español pero le hizo un roto inoportuno. Alonso le ha resuelto un problema a Rajoy ante la corte mediática que esta semana explicitaba sus dudas a la hora de apostar por él como caballo ganador el 20-D. Sin florituras ni debate; a toque de corneta. Entra el ministro y sale el presidente, prietas las filas porque lo de que el que se mueve no sale en la foto era ayer más verdad que nunca, tras la entrada triunfal del PP alavés a bloque en la Cámara vasca y la foto final de los presidentes territoriales y la secretaria general a la sombra del cónsul victorioso.

Alonso vuelve al lugar del que nunca se fue del todo pero ahora tiene que definir sus intenciones. En primer lugar, confirmar que vuelve para quedarse. Esto implicará que se vea ratificado en el primer trimestre del año que viene y sea proclamado vía congreso. Y, siendo consecuente, exigiría su compromiso de liderar a su partido como candidato a lehendakari a finales del próximo año. Con las implicaciones que esto supondría. Aunque, a tenor de la experiencia, estas implicaciones son muy elásticas.

En primer lugar, estaría feo que Alonso aspirase a repetir en el próximo Gobierno español, si es que Rajoy obtiene un resultado en diciembre que le permita dirigirlo. No sería de recibo que vuelva a dejar el rancho en manos de un capataz mientras él se aposenta de nuevo en la Villa y Corte. Pero, dentro de la elasticidad de la que hablábamos más arriba, la tentación de ejercer de ministro hasta aplicarse de candidato autonómico también tiene algún precedente en la vida política española. Aunque no es la única hoja de ruta posible, por supuesto, porque el ascenso de Alonso en su partido requiere ya de algo más que una baronía en provincias.

Alonso ha tapado con acierto los agujeros que se le han hecho en el mantel a Rajoy. Fue portavoz en el Congreso con la llegada de Rajoy al Gobierno; sustituyó a Ana Mato como ministro cuando la Gürtel se la llevó por delante; pone orden en el PP vasco con un golpe de autoridad y está tan bien situado que resulta sorprendente que no tenga más relevancia en la Ejecutiva nacional del PP. Así que es imposible dejar de ver a Cospedal cada vez más orillada.