PATINÓ pero no sucumbió a la tentación. Arantza Quiroga se va con un ejercicio de dignidad que desmiente la primera versión de la retirada de su propuesta de nueva ponencia -aquella simpleza insostenible sobre la utilización de la izquierda abertzale- y constata que la desautorización de su iniciativa fue obra de zapadores propios, de fuego amigo. Quiroga se rescata a sí misma en el adiós y pone al PP vasco ante el Rubicón de cerrar el círculo de la renovación cediendo a la corriente que manosea el discurso del búnker -el partido de resistencia al que se refería la ya expresidenta- o de buscar su lugar en el futuro político de este país como interlocutor útil hacia la convivencia. Quiroga sabe, en cabeza de Basagoiti, cómo pagan sus mayores en Madrid los intentos de los populares vascos de salirse del papel de emblema nacional en territorio comanche. De asentarse como representante de un sector de la sociedad vasca real, no de la que diseñan los acuñadores de discurso en la corte.

La confesión de Quiroga de haberse visto desautorizada e incapaz de asentar su propuesta entre los suyos deja en evidencia a Javier Maroto, que seguía ayer aferrado al discurso de buscar culpables fuera. El mismo Iñaki Oyarzábal admite que la propuesta de Quiroga “no representaba lo que defiende y quiere seguir defendiendo” el PP. Deberían hablarse más entre ellos, al menos para no arriesgarse a desmentirse.

Decía ayer Borja Sémper -quizá rogaba- que la sucesión no debe estar tutelada desde la calle Génova. Puede conseguirlo por la jaula de grillos que hoy es ese partido, que afronta desde el pasmo la fuga hacia la nueva derecha jacobina de Ciudadanos de algunos elementos del sector ultranacionalista. Pero si Sémper cree en lo que dice debe reconocer que tiene al enemigo en casa. El sector alavés que le ha girado a Quiroga todas sus facturas juntas no puede pararse ahora y tiene que dominar la Ejecutiva. Con un presidente propio, aunque teledirija desde Madrid, o con uno manejable.

Rememoraba Esperanza Aguirre hace tres años los tiempos de Mayor Oreja. Fue el día en que pidió y logró la cabeza de Basagoiti. Era la época en la que al PP no le hacía falta proyecto en Euskadi más allá de la resistencia heroica ante los asesinos. Sin ellos, ¿qué ofrece hoy este partido? La añoranza de los días en los que lideró la oposición a Ibarretxe por encima del PSE es la ensoñación de algo que nunca existió: una alternativa real reconocible entre los vascos. Los inmaduros vascos, como sostenía José María Aznar ante el fracaso.

Arantza Quiroga deja una lección y un reto. La lección es que la convicción de lo que es correcto no triunfa en política si no se hacen pasillos donde se toman las decisiones. Los que sí los han hecho le han ganado. El reto es que alguien en el PP vasco tenga el valor de coger el guante que la expresidenta lanzó ayer: volver a poner sobre la mesa un intento de participar en la construcción de la convivencia en Euskadi. Con su marcha se cierra un círculo en el PP vasco. El riesgo para el siguiente sería dejarse rodar hacia atrás.