Mañana la ciudadanía catalana decidirá el Parlament que marcará su devenir político. Se dé -o no- esa mayoría por el cambio de estatus político, gestionará un tiempo de enorme interés al haber entrado ya en total contradicción el Estado del Partido Popular, PSOE, Ciudadanos y Podemos, y los pueblos y naciones como el catalán y el vasco.
La campaña electoral catalana ha rayado el absurdo por el enorme despliegue y la provocación constante de los partidos centralistas españoles. Sus argumentos del miedo han demostrado, una vez más, su debilidad y desconfianza en la capacidad española de salir adelante sin Catalunya y sin Euskadi. Primero amenazaron con el ejército, después pretendieron asustar -no estarían en la Unión Europea, vivirían peor, no cobrarían las pensiones?-, incluso parte de la cúpula católica ha entrado al juego con vigilias por la unidad de España. Tanta necesidad de justificar que fuera de España se está muy mal y tanto intento de intimidación me hace pensar que tienen mucho que ganar si las cosas se mantienen como hasta ahora.
Si miramos atrás comprobamos que no hay ninguna novedad en su desprecio, agresividad y perenne falta de respeto. El pueblo vasco soporta, en lo que respecta a la pacificación, un impasse imposible de comprender ni aceptar tras el fin de la actividad armada terrorista. Y en cuanto a la normalización política, pendiente desde hace ya más de siglo y medio, seguimos en vía muerta y teniendo que aguantarles que nuestros derechos históricos son privilegios.
También en el caso catalán nos encontramos con la terrible y estéril cerrazón española. Veíamos hace un año cómo impidieron la celebración del referéndum del 9 de noviembre, lo que, en vez de restar convencimiento a los y las catalanas, ha provocado el deseo de independencia en su gran mayoría social.
El gran éxito de la Diada, con un millón de personas manifestándose pacíficamente en defensa de su nación, tuvo una enorme repercusión internacional que patéticamente intentaron contrarrestar desde España sacralizando una declaración protocolaria de Obama. Recuerdo cómo en 1981, la Administración estadounidense -sin fuerza moral para dar lecciones a nadie- calificó el golpe de Estado de Tejero como una “cuestión interna”, abriendo la posibilidad de su legitimación. Ridículo apelar ahora a la credibilidad de un país y un señor al que le importa una higa qué pase aquí si puede seguir jugando a soldaditos en Siria o cualquier otro lugar donde se ventilen sus intereses geoestratégicos.
Por derecho democrático, solo queda respetar la decisión de la ciudadanía catalana, cosa que, al parecer, no tienen ninguna intención de hacer quienes siguen insistiendo en esa España, una, grande y libre, probablemente porque no confían mucho en ella. La falta de respuestas y la decepción tienen un límite y no precisamente en favor de España. Es el momento de establecer bases democráticas firmes, con diálogo respetuoso y sincero que resuelva los conflictos políticos y responda a los deseos de quienes no se entienden en la españolidad. Y si queremos la independencia también.