Ya todo esto, ¿qué tiene que decir la Comisión Antiviolencia? ¿Acaso Piqué, en acto de servicio para mayor gloria de España, no se merece el mismo respeto, amparo institucional y vigilancia de la Santa Inquisición que Felipe VI? Y el ínclito Miguel Cardenal, ¿dónde se ha metido? Nada, ni musita. ¡Ah!, ¿que lo de Oviedo y antes lo de León es libertad de expresión y lo de la final de Copa delito?
La perplejidad se ha extendido por el mundo y en Kuala Lumpur (ya se sabe que Piqué, estrella del Barça y pareja de Shakira, es conocidísimo, y si a eso le añadimos el fenómeno futbolístico...) no llegan a entender como una afición puede silbar a uno de sus jugadores con obcecación y hasta renuencia, recreando un ambiente un tanto paranoico. Menos lo comprenden en Inglaterra, que arropan a los suyos aunque en el equipo inicial esté el mismísimo Jack el Destripador, y no te cuento nada en Alemania, prietas las filas cuando Die Mannschaftn entra en acción. Pongamos un ejemplo más cercano. En el Betis todos aclaman a Rubén Castro una vez se pone la casaca verdiblanca, obviando mientras dure el partido que está procesado por cuatro delitos de maltrato contra su expareja.
¿Y qué ha hecho Piqué para merecer semejante inquina, pues cada vez que tocaba el balón desde le grada brotaba una sonora pitada?
Hay que remontarse dos meses y medio atrás, cuando estalló el asunto. Fue el 11 de junio, con el estadio Reino de León como escenario para un anodino e insulso encuentro amistoso ante Costa Rica. Pero entonces, en cierto modo, se veía venir, pues en el entrenamiento previo realizado por la selección española en el campo leonés Piqué ya fue silbado con fruición. Estaba en plena calentura la controversia provocada por la final de Copa entre el Athletic y el Barça y sobre el espigado central, además, se evocó su reiterado apoyo al referéndum para que el pueblo catalán pueda decidir en libertad su futuro. Y luego estaba lo otro, su condición de culé, proclive a provocar tanta o más animadversión que la vertiente ideológica. El caso es que Piqué se lo pasó bomba tres días antes mofándose del madridismo, cuando festejó el título de la Champions acordándose del cantante colombiano Kevin Roldán, invitado por Cristiano Ronaldo el día que celebró sin reparo su cumpleaños horas después de perder con el Atlético por 4-0. Y en León, al parecer, hay mucho merengón.
A la peligrosa mezcla entre política y forofismo se añade un nuevo ingrediente: el tocapelotas. Porque al amparo de la masa siempre aflora un puñado de tocapelotas.
Lo sucedido en León tiene un pase, por buscar razones entre las vísceras, pero su repetición en Oviedo pilló de sorpresa a todos, especialmente a los medios de comunicación, absortos como estábamos en elucubrar sobre la melancólica estampa de David De Gea, qué será del nidito de amor que había montado en Madrid con Edurne (ya es casualidad, otra cantante de por medio), los rescoldos de su frustrado fichaje con el club blanco; y que a lo peor el ogro de Van Gaal va y le posterga a la suplencia a modo de represalia si se niega a renovar por el Manchester United, y a resultas de lo cual el mozo se queda sin ir a la Eurocopa y en consecuencia...
Salvo que realmente tenga alguna vigencia aquello de Asturias es España y lo demás tierra conquistada, tras cuyo polvoriento manto se puede colar lo de los pitos a Piqué, por catalanista; o que una nutrida tropa de madridistas hubiera comprado entrada para el Carlos Tartiere aprovechando las vacaciones, no se explica tamaña desafección hacia un baluarte de la Roja, camiseta que defiende desde los 16 años, por mucho que Del Bosque se desgañite propagando que los jugadores de la selección española son sagrados y están en santa misión.
A mí me parece que al aficionado, en general, el espíritu (y en consecuencia la admiración) de la Roja le importa un pito y solo ocupa en el sentimiento futbolero una vertiente folclórica. El 9 de octubre, ¡ojo!, poco después de las elecciones catalanas, España juega ante Luxemburgo en Logroño e intuyo que lo de Piqué ha creado tendencia, como se dice ahora. Tendencia circense.