POR vez primera en la historia, el Eibar ha ganado un partido oficial al Athletic, lo cual le permite mantener el coliderato de Primera División, una especie de espejismo que surgió cuando bajaron en mayo a Segunda y luego recobraron un lugar en la máxima categoría a costa del descenso administrativo del Elche. Sin embargo lo que está ocurriendo es real como la vida misma: El Eibar está en lo más alto, y aunque el Athletic ya no puede estar más abajo y en consecuencia todo es susceptible de mejora, difícilmente se puede comprender que el primer disparo de un jugador rojiblanco contra la portería contraria (Aketxe) se produjera hacia el minuto 66, o que el portero Asier Riesgo tuviera que esperar 85 minutos para atrapar la primera pelota que alcanzó sus dominios, también en otro lanzamiento de Aketxe. Es decir, la capacidad competitiva demostrada por el Athletic frente al equipo más modesto de la categoría (pobre, pero honrado) fue prácticamente nula, y hasta tal punto parecía evidente la poquedad del conjunto bilbaino que si no fuera por Gorka Iraizoz estaríamos hablando de una goleada en toda regla. Y si malo es exhibir sin pudor la falta de casta, solivianta ver a Laporte ir de sobrao con semejante panorama, provocando el penalti y abriendo de par en par el camino hacia la derrota.
Lo peor de todo es que la historia suena. El pasado año, tras eliminar al Nápoles y conseguir pasaporte para la Liga de Campeones, los discípulos de Valverde sufrieron un bajón físico y sobre todo mental tremendos, trance del que tardaron mucho tiempo en escapar, con la consiguiente crisis futbolística.
A la espera de acontecimientos, lo bueno del asunto es que el Athletic tiene coartadas suficientes como para invocar indulgencia plenaria por el desastre de Ipurua. Por un lado puede justificar la falta de intensidad en el partido apelando al tremendo desgaste sufrido desde el comienzo de la temporada (ocho partidos oficiales en apenas un mes), donde ha logrado culminar sus objetivos. Si excelente fue conseguir la clasificación para la fase de grupos de la Europa League, qué más se puede añadir sobre la locura colectiva desatada con la Supercopa, sojuzgando, y de qué manera, al equipo más poderoso del universo y cazando un título después de 31 años de abstinencia. Ni que decir tiene que las lesiones de hombres importantes también han debilitado significativamente el potencial del equipo...
Definitivamente, dejemos la crítica en pellizco de monja, porque además ahora llega un parón liguero procurado por el virus FIFA, lo cual viene que ni pintado para que las huestes rojiblancas recuperen el resuello y sanen jugadores quebrantados, mediten todos sobre los errores cometidos y se conjuren: no se puede repetir el fenómeno de la pasada temporada.
Echando un vistazo al equipo, el Athletic, además, se tuvo que agarrar a Bóveda, Elustondo, Eraso, Sabin Merino o Lekue, futbolistas que, con todos los respetos, acaban de aterrizar en la elite futbolística y tienen pocos galones en la guerrera.
En plena digestión de la debacle, me apresté a contemplar con insana curiosidad el debut oficial de Fernando Llorente en el Sevilla. Me acordé de otra tarde en Ipurua, cuando el Athletic fue eliminado de la Copa por el Eibar (0-0 entonces y 1-1 después, en San Mamés) y la absoluta indolencia con la que el mocetón riojano afrontó aquel partido, más que nada porque el club y todo lo que significa ya le importaban un pito. Entonces surgió el rumor que apenas dos horas más tarde cristalizó en noticia: El Athletic había logrado consumar, a falta de los detalles, el fichaje de Raúl García, sin duda alguna el mejor jugador que ahora mismo podía captar el club bilbaino. Se adapta a varias posiciones sobre el terreno de juego, tiene gol, es un peleas de rompe y rasga y con 29 años llega al Athletic en el mejor momento de su carrera. Es una buena nueva, pese al resquemor que pueda provocar. El Cholo Simeone lamentó la baja de uno de sus guerrilleros más avezados mientras Fernando Llorente lucía palmito. Nada más.