Es uno de los dichos más socorridos del refranero: piensa mal y acertarás, tal vez porque nace de la envidia hacia el éxito ajeno o la estampa altanera que sugiere el triunfador, sobre todo si el sujeto en cuestión no tiene don de gentes, o sea, que además de ser un campeón superlativo el hombre tiene que caer en gracia, y desde luego no me parece que sea virtud en Chris Froome, brillante campeón del Tour de Francia, y por eso mismo víctima de todo tipo de maledicencias y sospechas, lo cual, tratándose de un ciclista se resume: qué habrá tomado el pollo (y por extensión sus compañeros del Sky, que también fueron como motos) para viajar pletórico por las procelosas rutas galas, con esa sensación de dominio absoluto sobre el pelotón.
El caso es que la esencia del refrán en cuestión fue tomando forma a lo largo de la carrera. Hemos visto a un tipo acercándose al ciclista británico con una gigantesca jeringuilla. Otro energúmeno escanció sobre él un frasco con orina. Un pastoso gargajo voló hacia su rostro congestionado en plena ascensión al puerto. Pedaleaba Froome cuando se le plantó un esperpento haciéndole cortes de manga con convulsa profusión. Toda esta gente, y otros patanes similares, se tomaron la molestia de aguardar pacientemente en un tramo de la ruta para proyectar su inquina hacia el campeón, dando por hecho que el ciclista ha corrido la reputada carrera francesa drogado hasta las patas. Es decir, que es un vil tramposo, pero con mucha ciencia y tiento. Un adelantado a su tiempo, como lo fue Lance Armstrong, pues en los numerosos controles antidopaje que ha pasado nada anómalo se le ha detectado.
Por mi parte, tengo que reconocerlo, también hubo cierta predisposición a invocar el refrán en cuanto le vi subir como una centella el puerto de Pierre-Saint-Martin, primera etapa de montaña. De repente, cuando venía lo bueno, con todos los Pirineos por delante y después los Alpes, el Tour quedaba vacío de emoción. Quiero decir: le acusé, por puro egoísmo, de reventarme el espectáculo demasiado pronto. “Qué habrá tomado este Froome”, pensé. Sobre el escenario cuajado de desconfianza sobrevoló entonces Armstrong, un tramposo de dimensión histórica por el daño que le ha hecho al ciclismo, y dejó caer la siguiente perla en twitter: “Claramente, Froome, Porte y el Sky están muy fuertes. ¿Demasiado fuertes como para estar limpios? No me preguntéis, no tengo ninguna pista”.
Claro que tampoco contribuyeron al sosiego, y menos a la presunción de inocencia, Laurent Jalabert y Cédric Vasseur, comentaristas de la televisión gala que durante la retransmisión de la etapa también pusieron en duda el origen de tanta superioridad; o la opinión de Pierre Sallet, experto en rendimiento deportivo, afirmando que según sus análisis todo ciclista que supere los 7 vatios por kilo de peso (Froome desarrolló al menos 7,04) ha sido cazado en las pruebas antidopaje.
Me vino a la memoria el empeño de Alberto Contador por achacar a la ingesta de un chuletón con lábel vasco el positivo por clembuterol que le detectaron en el Tour de Francia de 2010. Pero al hombre no se le ocurrió otra cosa que tirar de la cadena y se quedó sin pruebas. El episodio fue aprovechado por los guiñoles de Canal Plus Francia para mostrar a muñecotes que asemejaban a Rafa Nadal, Iker Casillas y Paul Gasol firmando un manifiesto de apoyo con enormes jeringuillas.
Lo cierto es que el ciclismo está tan salpicado de positivos y escándalos que cualquier prodigio sobre la bicicleta es rápidamente puesto en cuarentena. Sin embargo, y concluido el Tour, Chris Froome ganó la carrera con una ventaja exigua sobre Nairo Quintana, a quien ahora se le achaca su escaso arrojo por no haber puesto a prueba antes y con más determinación al líder. O como dijo Christian Prudhomme, director de la carrera: “El Tour de los escaladores se decidió en el llano”, refiriéndose a los dos minutos que Quintana perdió con respecto a Froome en las llamadas etapas de transición.
Se puede concluir que Froome estuvo atento siempre, sacó provecho a su potente equipo y exprimió al máximo, y en buena lid, su portentoso y mejor entrenado cuerpo. (Hasta que no se demuestre lo contrario).