Siguen llegando buenas noticias de Nafarroa: el cambio ya tiene nombres para darle la vuelta a diecinueve años de nefasto gobierno de UPN. Durante casi dos décadas esa derecha cerril y ultraconservadora ha basado su acción política en el enfrentamiento contra lo vasco, aunque, finalmente, la sociedad navarra les ha dicho que no a esa mala manera de hacer política pues ha generado un enorme debilitamiento económico y el aislamiento de esa Navarra que decían tanto defender. Ahora se han vuelto las tornas -no hay mal que por bien no venga- y el resultado ha sido el fortalecimiento de las posiciones abertzales y vasquistas -de 7 en 1995 a 17 hoy en la representación parlamentaria-.

El partido regionalista nacido en enero de 1979 fue creado contra la posibilidad de que las provincias vascas del sur se unieran en una sola comunidad autónoma, amparándose en la Disposición Transitoria IV de la Constitución de diciembre de 1978. Su beligerancia contra el nacionalismo vasco -separatismo, escribían- ha quedado plasmada desde entonces en un discurso muy parecido al de los cuneteros de 1936.

Hace ahora justamente veinte años estábamos negociando la alternativa a UPN. Recuerdo aquellos días de propuestas y tediosas revisiones de los textos pero, sobre todo, rememoro las ganas de alternativa progresista. Finalmente cerramos el pacto que llevó a la constitución del Gobierno tripartito -PSN, CDN y EA-, tras ser aceptada nuestra conditio sine quae non de aprobación de un ente de cooperación y coordinación entre Nafarroa y la CAV. Así se abría la posibilidad de poner en marcha el llamado Órgano Común Permanente: establecer un organismo para la colaboración intergubernamental, con carácter permanente y con instrumentos jurídicos, “en base a las especiales afinidades existentes” y para el trabajo conjunto en torno a los intereses comunes definidos entonces: tributarios, culturales, lingüísticos, infraestructuras, salud, acción exterior, seguridad?

Pese a las críticas y negativas de UPN y Herri Batasuna -por insuficiente-, se aprobó en junio de 1996 en los Parlamentos de Gasteiz e Iruñea. La caída del Gobierno navarro siete días después de su aprobación parlamentaria, con la imputación por corrupción del presidente Otano, fue su consecuencia directa. Con la perspectiva que da el tiempo, tengo clarísimo que con ese acercamiento de nuestras dos realidades institucionales habríamos avanzado mucho como país, además de resuelto mejor los problemas de la ciudadanía. Lo que me hace pensar una vez más que la política exige decidir en la coyuntura para construir el futuro y que las críticas maximalistas que tanto hemos sufrido por parte del mundo de Batasuna, solo han servido para retrasarnos -eso sí, dándonos lecciones mucho después con lo que ya habíamos planteado el resto-.

El gobierno liderado por Uxue Barkos recupera la figura del ente de cooperación y, aunque aparentemente poco definido, se abre el camino al encuentro y trabajo común. Desde aquí mi alegría y buenos deseos.