Un rapto de felicidad ha recorrido las entrañas de Bizkaia. De repente, contra todo pronóstico, burlándose de la cátedra, la lógica o la tradición, un pelotari vizcaino se cuela en la final del Manomanista. Han pasado 33 años de la última vez, cuando Roberto García Ariño perdió ante Retegui II en el frontón de Anoeta. No contento con eso, el pelotari vizcaino en cuestión, un tal Mikel Urrutikoetxea, de Zaratamo, que entró en la final por la gatera, digámoslo así, va y encima gana la txapela, 38 años después de la última, allá por los tiempos de maricastaña, con Iñaki Gorostiza de protagonista, y derrotando además al maestro, el gran Aimar Olaizola.
El chico de marras me ha tirado por tierra todo el argumentario guasón que de vez en cuando sacaba a relucir para pavonearme delante de los vizcainos (soy navarro). Les decía: Por cierto, ¿En Bizkaia se juega a la pelota? Amén de ponderar en lo que se merece el magnífico frontón construido en Miribilla para dar suntuosidad a las gestas de los avezados pelotaris del Viejo Reyno.
El deporte vizcaino se había acostumbrado a nadar con pericia por las procelosas aguas de la competición para terminar ahogándose en la orilla. García Ariño es un buen espécimen para ilustrar la evidencia, no en vano es el pelotari con más finales perdidas del Manomanista, nada menos que cinco, y jamás pudo ceñirse la txapela. Tampoco hace falta remontarse tanto para encontrar la derrota del Bilbao Basket ante el Lokomotiv Kuban ruso en la final de la Eurocup en Charleroi (Bélgica), en el año 2013, y no te cuento nada la colección de subcampeonatos que ha sumado el Athletic en los últimos seis años (tres de Copa y la Europa League).
No sé qué pudo pasar. Para mí que Olaizola, después de protagonizar una remontada espectacular e igualar a 19 tantos, tuvo como lástima del chaval, pues sus dos últimos remates fueron errores impropios de su talento. Probablemente habrá sido el cansancio, que nubla las entendederas hasta en el más templado después de hora y media de increíble combate, cuando la cátedra había presagiado un partido-suspiro. Urrutikoetxea jugó sin complejo alguno, seguro, ajeno y burlón hacia todos aquellos que pronosticaron que Aimar le iba a sacudir una paliza de campeonato. Tiene mucho mérito lo de este mozo de Zaratamo porque, aunque no vuelva a encontrarse con otra como esta, ha entrado a formar parte importante de la historia de la pelota por los siglos de los siglos.
El sucedido tiene que ver con una conjunción astral, intuyo, porque a la inesperada victoria de Urrutikoetxea hay que añadir el ascenso a Segunda B del Portugalete, Gernika y Arenas, los tres equipos vizcainos embarcados en la aventura, más el Getxo, que de rebote ha subido a Tercera. Y, claro está, el regreso del Bilbao Athletic a la División de Plata 19 años después.
Resulta que en pocos kilómetros cuadrados se concentran cinco (Arenas, Leioa, Sestao, Barakaldo y Portu) de los siete equipos vizcainos (los otros dos son Gernika y Amorebieta) que militarán la próxima temporada en Segunda B, un fenómeno sin parangón en todo el Estado.
Así que ahora tengo que soportar despiadados contraataques de vizcainos crecidos con tanta épica deportiva, que si en el asunto de las traineras los navarros estamos pez, y sinsorgadas por el estilo. Aguanto estoicamente la merecida réplica sandunguera y me alegro un montón por José Ángel Ziganda, un futbolista que dejó huella en Osasuna y también en el Athletic, los dos equipos que lleva en el alma. Urrutia apostó por él para llevar el timón del filial cuando estaba en el paro, tras su mala experiencia en el Xerez, y se vislumbra como recambio lógico de Ernesto Valverde para el primer equipo cuando sea menester, así como la camada de jugadores que bajo su magisterio se han ido forjando relevarán a los Aduriz, Gurpegi y compañía más pronto que tarde. Los chicos tiraron de casta en Cádiz, donde aguantaron sin descomponerse las trampas puestas bajo un sol de justicia, el clima pasional que incendiaba la grada y las tarascadas de unos adversarios que buscaban la intimidación a falta de otras razones balompédicos.