AL día siguiente movilizaron de inmediato a Miguel Cardenal, ya saben, el secretario de Estado para el Deporte y paladín del Gobierno español en su estúpido intento de imponer como sea un castigo a los 90.000 del Camp Nou el día de la final. “¡Haz algo!” La orden fue tajante y el hombre, que también es presidente del Consejo Superior de Deportes y muy servicial a la voz del amo, recurrió al fuego sagrado: “Piqué es patrimonio de la selección”, dijo solemne, para añadir: “Es uno de nuestros héroes y hay que cuidarlo y respetarlo”, o sea, que te pones la roja y ya estás como ungido de españolidad absoluta, y por muy catalán que seas y te manifiestes por el legítimo derecho a decidir sobre la independencia, te has convertido en un intocable. Quienes impartieron consignas a Cardenal debían pensar que los leoneses son unos ceporros, mira que silbar con tanta inquina al espigado central. En plena campaña de indignación patria y búsqueda desesperada de represalias por la pitada al rey nos salen ahora con esas, y en León, donde para nada son dudosos de recia españolidad. Del Bosque, de habitual sosegado, fue así de tajante: “Cuando se pita a un jugador se pita a toda la selección”.

En ausencia de Villar, comisionado por la FIFA para supervisar la instalación de unas porterías nuevas en una barriada pobre de las Bahamas (pero cómo iba a perder el ínclito presidente su valioso tiempo en asistir a a un partido de chichinabo frente a Costa Rica), le preguntaron al respecto a Marcelino Maté, responsable federativo del evento, presidente de la Federación de Castilla y León y también vocal de la junta de la RFEF. Al hombre le metieron en un brete: ¿Y qué digo? ¿Y como justificar lo injustificable? ¿Y, cielo santo, cómo reprendo yo a mis paisanos? ¿Y qué dirán si les censuro?

Reconozco que desde la “indemnización en diferido en forma de simulación” de María Dolores de Cospedal a propósito del finiquito a Luis Bárcenas no he escuchado respuesta tan sagaz, proferida por el susodicho Maté: “Hay cosas que entender aunque a la gente del fútbol nos duelan y nos cuesten, pero las manifestaciones de los aficionados en algunos momentos son entendibles. Cuando las han hecho es porque entienden que las deben hacer”. Es literal. Y antológico. Con este críptico lenguaje lo que Maté quiso decir es que la tirria a Piqué tiene lógica y hondura. Por un lado, su catalanismo evidente y por allá irritante. Por otro, su condición de barcelonista y, por si fuera poco, en tierra de merengones recalcitrantes malamente se perdonan sus burlas al madridismo haciendo chanza y coña celebrando la Champions, recordando al cantante colombiano Kevin Roldán y el cumpleaños de Cristiano Ronaldo en día tan infausto (aquel 4-0 del Atlético de Madrid).

Así que lo que debía ser una noche de exaltación del espíritu nacional en la recia León se convirtió en un monumento a la perplejidad.

Si la selección española, según Cardenal, tiene el mismo abolengo simbólico que el himno español, ¿a qué espera el Comité Antiviolencia para tomar cartas en el asunto? ¿Y Manos Limpias?, que se ha querellado contra el Barça y el Athletic por un supuesto delito de ultraje a España, ¿acaso no detecta injuria y agravio semejantes en la inquina empleada contra este bizarro defensor de La Roja? ¿Se cerrará el Estadio Municipal Reino de León por el vilipendio a Piqué estando en acto de servicio por la gloria de España?

Reconozco la sarta de majaderías que he escrito, pero no son menos disparatadas que las desatadas a consecuencia de la final de Copa. En realidad, la gente de León se lo pasó bomba silbando a Piqué y Piqué se lo pasó en grande sintiéndose destinatario de la concertina, pues le encanta pisar charcos y entiende que quien así reaccionó es el hincha frustrado y vejado por los éxitos del Barça y su propensión a decir lo que piensa. Sucede además que la Liga pasó a mejor vida y la selección española tomó cuerpo para disputar dos partidos sin interés alguno, y la prensa necesita carnaza. En Borisov no se pitó a Piqué, ni a Casillas, ni al himno español. Los chicos de Del Bosque jugaron con la mente puesta en las vacaciones; puro trámite para cubrir el expediente.