Las elecciones del 24-M aportan muchas lecciones de interés para la democracia y para la convivencia que convendrá tener presente para que la política, que interesa y preocupa a los ciudadanos, se convierta en una herramienta útil para la gestión de los asuntos públicos y logre así una legitimidad funcional a partir de la cual superar la brecha de desafección ciudadana. El verdadero derecho a decidir se ha expresado en las urnas, la mejor expresión del poder de los ciudadanos es comprobar una alta participación y un grado de compromiso con la gestión de la res publica que reconforta.
La primera lección que cabe extraer se llama madurez: la sociedad vasca ha dado muestras de madurez democrática. En estas elecciones , las más cercanas al día a día de los ciudadanos, y relativizando el alcance de supuestas inercias que parecían prever un nivel de adhesiones inquebrantables en torno a ciertas opciones políticas, el voto ciudadano -con una elevada participación- ha dado respuesta a su percepción sobre la capacidad de gestión mostrada por cada marca política.
El poder desgasta, y el gran motor de la democracia, nuestro voto, se ha visualizado en un ejercicio de alternancia que representa la prueba más acabada de nuestra normalización política. De forma equivocada, y referido a Gipuzkoa, muchos hablábamos ya, antes de estas elecciones, de una mutación electoral, un cambio sociológico que parecía inalterable , cambio simbolizado en el éxito de EH Bildu hace cuatro años en la gran mayoría de los 88 municipios guipuzcoanos.
El resultado electoral del 24-M, la verdadera encuesta, demuestra que no hay nada escrito en política, para grandeza de la democracia. La sociedad vasca, y en particular la guipuzcoana, fue muy generosa con Bildu hace cuatro años. Depositó un voto de confianza que el ejercicio del poder ha desgastado. También esto es símbolo y síntoma, el que más, de normalización política.
La política y quienes la ejercen -aparatos de los partidos y los propios políticos- han de adaptarse a las expectativas y requerimientos de la ciudadanía; cada vez que desde la política se intenta la vía contraria, es decir, pretender que sea la sociedad quien se amolde a sus postulados, fracasa ese proyecto que pretende imponerse por encima del sentir mayoritario de los votantes-ciudadanos. El resultado de las urnas demuestra que la gobernabilidad de Euskadi requiere de pactos sólidos, estables, anclados en bases firmes que no se limiten a un mero reparto de responsabilidades y de cargos, aunque esta distribución sea lógica derivada de los mismos. En este contexto, el anuncio del PNV de su apuesta por el diálogo y por el pacto anclado en troncales y estratégicos puntos de encuentro para Euskadi plantea un escenario abierto en el que cada decisión podría generar, como fichas de dominó colocadas en fila, otras repercusiones en terceras instituciones.
Acordar no es claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones, el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. Y no hablo de mercadear al estilo o modelo de bazar oriental. La expresión mayoritaria en las urnas demanda energía positiva plasmada en diálogo y acuerdos; es hora de huir de trincheras, de confrontación permanente, es tiempo de huir de prepotencias y egos y remangarse para trabajar en auzolan político.
Alcanzar un acuerdo transversal en política presupuestaria y fiscal, en una orientación consensuada y finalista de las inversiones o en las grandes decisiones sobre infraestructuras no puede quedar al capricho de coyunturas políticas. Incurrir en el error de pensar que los de antes lo han hecho todo mal y ahora comienza lo bueno, resetear el contador y ponerlo a cero no es una buena praxis. No es cuestión de empatías frente a desencuentros, ni de filias y fobias, sino de responsabilidad. Un país no se construye desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia. Y esta propuesta por el diálogo y la estabilidad institucional se orienta en esta correcta dirección. Por responsabilidad y por liderazgo social. En Euskadi seguimos, con demasiada frecuencia, empeñados en otorgar -o negar- el sello de autenticidad a proyectos políticos juzgando unos y otros desde presupuestos frentistas. Debemos superar esa ciega visión, y construir. Ni vetos, ni frentes, ni imposiciones. Las posturas maximalistas deben dejar paso a la necesidad de pactos entre diferentes. Ese es el veredicto de las urnas. Hay que disolver las simplificaciones dañinas, hay que evitar maniqueísmos simplistas entre vascos buenos y vascos malos, o entre vascos auténticos y sucedáneos de vascos. Un dato final para la esperanza de una irreversible normalización política vasca tras esta contienda electoral deriva de la autocrítica, humilde y serena reflexión por parte de dirigentes de EH Bildu, tras la que se aprecia la necesidad de tocar suelo, en el sentido de constatar la diferencia y distancia existente entre tener proyectos, tener ilusiones y expectativas políticas frente a su imposición o materialización por encima del sentir mayoritario de la ciudadanía, esencia última de la democracia.