LA semana política viene marcada, sin duda, por el inicio oficial de la campaña electoral que culminará con la apasionante cita electoral del 24 de mayo. Cobran ahora plena efervescencia prospecciones electorales que anticipan supuestos escenarios de reparto de poder tras las elecciones municipales y forales. Cada Territorio presenta sus singularidades, pero el debate en Araba y en Gipuzkoa se centra, desde la vertiente del nacionalismo institucional, en la conveniencia electoral de marcar de forma definida y desacomplejada su propio modelo de gobierno y de relación con la sociedad, tratando de alcanzar una centralidad que permita vertebrar ambos territorios, como previsiblemente ocurrirá en Bizkaia. La apuesta por la profundización, actualización y modernización del autogobierno de Euskadi debe traducirse en proyectos tangibles, concretos pegados a la ciudadanía, sin renunciar a nuestra reivindicación como nación dentro de un Estado que sigue negando todo avance en el reconocimiento de una verdadera democracia plurinacional, única manera de integrar desde el respeto recíproco realidades y percepciones sociales y políticas tan heterogéneas.
La clave en Gipuzkoa y en Araba radica en lograr englobar bajo su oferta política-electoral todo un potencial ciudadano que une a su deseo de mejora de la calidad de vida y de superación de nuestros problemas económicos y sociales el deseo de verse reflejado en un gobierno local o foral que piense desde aquí y para los de aquí, sin autarquías ni egoísmos, sin imposiciones ni injerencias externas, con la mente abierta y no excluyente hacia el que piensa distinto, con el sentimiento de pertenencia a un pueblo tan plural como singular y que refleje el sentir de la mayoría sociológica nacionalista que espera y desea una apuesta política renovada, de compromiso y consensos básicos que permita de nuevo consolidar la vertebración política de nuestros territorios históricos.
Desde los planteamientos políticos de la izquierda abertzale, en clave independentista y de superación del marco estatutario considerado agotado, se han venido formulando en las últimas semanas reproches dirigidos al PNV bajo la argumentación de que esta formación política ha entrado en una deriva confusa y de regreso a la histórica ambigüedad que alienta los mensajes autonomistas. Olvidan quienes formulan esos reproches que en la pretensión de avanzar de forma sólida en el autogobierno hay que impulsar instrumentos de diálogo para alcanzar un consenso integrador en relación con las diferentes visiones y sensibilidades políticas existentes en la sociedad vasca. Solo así se logrará la tantas veces citada normalización política, el reconocimiento del Pueblo Vasco como sujeto de decisión, la territorialidad y el pacto bilateral con el Estado como instrumento para la convivencia.
El binomio no es tan sencillo como bilateralidad frente a confrontación, o vía reformista frente a vía rupturista. La vertebración institucional de un país tan complejo como Euskadi requiere acordar, y acordar es dejar de lado maximalismos que de facto frenan el avance del autogobierno. Y el primer paso ha de ser lograr una mayoría social potente en los tres territorios históricos, que fundamente el reconocimiento del pluralismo nacional, base para nuestra acomodación política como nación adscrita a una entidad estatal que impone su hegemonía nacionalista de Estado-Nación. Los debates identitarios y el deseo de cobrarse viejas deudas políticas responde a impulsos pasionales, pero la razón política se trabaja y conquista desde un discurso de construcción nacional que sea realizable y asumible por la mayoría de la sociedad vasca. Acordar, conciliar y coaligar no es claudicar. Si se quiere evitar conflictos e incomprensiones el principio fundamental que debe regular las relaciones políticas es la negociación. Sin complejos, reforzando el discurso ideológico y siendo capaces de trasladar a la sociedad un proyecto que supere la coyuntura de una legislatura especialmente compleja por el contexto de crisis económica, precisamente en el momento es que es más necesario que nunca un ejecutivo fuerte. Un país como Euskadi no se construye desde lo negativo, desde el desprecio ni desde la prepotencia. Y esta propuesta por el diálogo, la estabilidad institucional y el pacto va en esta dirección. Por responsabilidad y por liderazgo social.