LA conmoción producida por la muerte de cientos de personas en el mar Mediterráneo sigue vapuleando nuestras conciencias. Horribles las imágenes vistas, peores -seguro- las que no nos han llegado. Sin apenas darnos cuenta, la situación se ha ido agravando día a día, no solo por lo injusto de esas muertes sino también porque son reflejo de la difícil situación en los países del otro lado de la mar -Siria y Libia, por ejemplo-. Y, desgraciadamente, no parece que vaya a mejorar en un plazo corto de tiempo.
Una catástrofe como esta ha generado intensos debates, repulsa y críticas que, en muchos casos, han sonado a balones fuera por no enfrentar honestamente el origen y la solución de una crisis que no tiene nada de coyuntural. Muy al contrario, esta es otra de las consecuencias de los intereses geoestratégicos pensados contra las personas; eso sí, razonados con falsos argumentos de defensa de la democracia. Intentan engañarnos con esto precisamente quienes legitiman la injerencia política y económica; no dudan en derrocar gobiernos y lo que haga falta para establecer un nuevo estado de cosas, con el único y exclusivo objetivo de aumentar el poder y el enriquecimiento de una minoría.
Nos lavaron el cerebro con la famosa primavera árabe, quisieron convencernos de que la democracia se instauraría en países como los citados arriba o Egipto, o en el Irak destrozado tras la invasión de Estados Unidos, por poner otros dos ejemplos. Lo cierto es que importaba muy poco la realidad interna en aquellos países o sus dictaduras hasta ese momento aliadas; lo que antes era bueno lo convirtieron en el eje del mal y se quedaron tan panchos. Por no hablar del fundamentalismo islámico y su fortalecimiento exponencial, con consecuencias aún hoy imprevisibles pero ciertamente negativas y peligrosas para todo el mundo.
El tiempo ha demostrado que esos experimentos de las potencias y sus intereses devienen siempre contra la población civil, que está muriendo en el mar un día sí y otro también. Por eso resultó patética la imagen de los y las líderes europeos, que prefirieron la foto a lo importante; esto es, establecer unas relaciones políticas y económicas basadas en la justicia. En mi humilde opinión, deberían empeñarse en atajar cuatro cuestiones clave, y en este orden: salvar las vidas humanas, acabar con las mafias que trafican con personas, no aprovechar esta cuestión como arma política ni interna ni externamente y, por último, comprometerse con respeto, y realmente, con el desarrollo democrático en esos países destrozados en los que se han roto, queriendo, los equilibrios tradicionales. Son las personas, su dignidad y bienestar, el único objetivo donde referenciarse para actuar. En este sentido, traigo a colación para terminar unas palabras del reformador social y economista inglés John Ruskin: lo que pensamos, lo que sabemos, lo que creemos, a fin de cuentas, es de poca importancia. Lo único realmente trascendente es lo que hacemos.