Las disputas internas en el seno de importantes formaciones políticas están marcando el tono y los tiempos de esta precampaña electoral. Ante la proximidad de nuevos comicios, y en la fase de selección de candidatos y de fijación de proyectos políticos de cara a las citas electorales de un año efervescente en lo político afloran tensiones entre familias y sectores internos de los partidos. La proyección externa de las broncas internas debilita su discurso, opacado por el morbo mediático y por la percepción ciudadana de que demasiadas veces el conflicto no proviene tanto de planteamientos ideológicos diferenciados dentro del partido sino de personalismos que chocan por la concurrencia de egos y de las ansias de poder.

En este contexto, y al igual que en otros ámbitos sociales, la mediación puede ayudar a resolver los conflictos de manera que se reduzca de forma sensible uno de los principales costes de la participación activa en la política como es el de los conflictos entre compañeros de siglas políticas, convertidos en adversarios cuando no en enemigos declarados. La mediación bien orientada puede hacer que la participación política sea más fructífera, porque puede terminar en un acuerdo que supere el conflicto y evite el abandono de personas valiosas para un proyecto político, e incluso mejore el mismo.

El ciudadano se acuerda más del conflicto que de la solución, y cabe preguntarse por qué no ha de ser operativo en la política lo que ya funciona en otras dimensiones sociales; en los partidos debe haber procesos transparentes de toma de decisiones. Esto no es incompatible con la articulación de sistemas de resolución de unos conflictos internos que demasiadas veces acaban distorsionando las relaciones personales y políticas. Si este instrumento ya funciona y es eficaz para mantener las buenas relaciones y el ambiente de colaboración en muchas empresas también podrá cumplir esa función, adaptándose en la necesaria medida, en los partidos políticos.

El problema no es tanto el contenido de los estatutos o el reglamento de una formación política, sino que los partidos como figura de participación política han perdido su prestigio. En buena medida se han separado de los intereses públicos. Su descrédito es total y lo peor es que tal fracaso se ha permeabilizado a las instituciones y las corporaciones de todo tipo. Por ello, hay que estar abiertos a nuevas ideas organizacionales, especialmente cuando hay buenos motivos para sentir que lo antiguo ya no funciona. Es cierto que la mediación no es una metodología de solución de conflictos ni una filosofía del acuerdo fácil de extrapolar hacia quienes están acostumbrados a funcionar con jerarquías muy acentuadas. Pero las actuales cúpulas de los partidos, aunque sea por instinto de supervivencia, deberían estar con los ojos y los oídos bien abiertos para hallar metodologías de funcionamiento interno novedosas que les ayuden a mejorar esta inercia apática y de desafección ciudadana.

Conviene revisar con urgencia ciertas prácticas internas en las que se perpetúan, por acción u omisión, el autoritarismo o la arbitrariedad dentro de los partidos, y tomar así conciencia del negativo impacto que tienen sobre los potenciales votantes, sobre sus resultados electorales, sobre la gestión y sobre todo el sistema democrático en su totalidad.

Incluir procesos de mediación es absolutamente positivo para el fortalecimiento de cualquier organización y permite abordar la compatibilidad de la fidelidad al grupo y las opciones personales dentro del mismo, sin tener que elegir el aislamiento o la soledad en el primer caso o la sumisión o indefensión en el segundo, como también y entre otros muchos la envidia competitiva, ésa que nace entre contrincantes donde la victoria de uno supone la derrota de otro. La nueva política ha de ser todo lo contrario: partidos políticos abiertos a la sociedad; los notables del partido que aspiran a ser los notables de la sociedad deben ser transparentes. Los partidos son organizaciones, grupos de personas en las que confluyen intereses individuales y colectivos, que se configuran de un modo organizado por medio de procesos y estructuras relacionadas, para alcanzar un propósito. Y en una organización pueden surgir conflictos interpersonales que potencialmente pueden afectar además a los propósitos de la organización, distorsionándolos.

Un partido, lo mismo que otro tipo de organizaciones, puede y debe integrar en su seno a una pluralidad de personas valiosas, con iniciativas y opiniones puntuales diversas y encontradas. Pero ha de disponer de cauces que faciliten el diálogo interno y la comunicación positiva, la comprensión de la perspectiva del otro. Que logren que los debates desemboquen en la consecución de acuerdos que salven las controversias a satisfacción de los interesados, con el resultado final de que las relaciones internas entre sus miembros, aunque tengan opiniones confrontadas, subsistan e incluso mejoren. En definitiva, al igual que se ha experimentado con éxito en otras grandes corporaciones, también en los partidos un instrumento así podría tener un gran valor para que las discrepancias, en vez de terminar con un derrotado abandonando y empobreciendo el proyecto, dieran lugar a un debate positivo e integrador.