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Pasajes de un buque fantasma

EL dinero guarda parentesco cercano, muy próximo, con Usain Bolt: corre a una velocidad de vértigo. Así le hicieron pagar a la Diputación Foral de Bizkaia el montante total de su acuerdo con el Pride of Bilbao, incluidas las travesías que se realizaron de Bilbao a Portsmouth y viceversa a bordo del ferry y aquellas otras de las que no hay constancia que se realizasen, pasajes de un buque fantasma porque la línea desapareció de las aguas antes de cumplir con lo que había vendido. Como es lógico pensar, la Diputación pidió que le devolviesen la parte del menú no servido y ya pagado, pero la otra parte contratante había puesto pies en polvorosa. Largaron amarras con el botín a bordo.

Por aquel entonces, la Diputación Foral escuchó de todo menos mira que eres lindo. Les acusaron poco menos que de piratería (sirva el símil, ahora que hablamos de embarcaciones y botines...) y ahora, al paso lento que la ley acostumbra a moverse, se ha ido desenmarañando el pifostio. Total, que aquellos que cobraron aún deben y la Diputación tiene derecho a que reparen el casco de su caja de caudales: ni más ni menos que una grieta de 11,2 millones de euros, casi del mismo tamaño que la que abrió un iceberg en el corazón del Titanic.

A los políticos, como es lógico, les duele el honor porque les llamaron ladrones. Por eso piden reparaciones morales, otra de las brechas que se abrieron por aquel entonces. El pueblo, que tiene por costumbre llamarles eso mismo casi a diario, supongo que se conformaría con que el dinero regresase a casa. Sería bueno, claro que sí. Y ya sé que la gente de la calle no tiene ningún interés en que se repare el honor, pero no sería malo que se emprendiese también esa obra. No en vano, cualquier prueba de cargo que atestigüe que un político es honrado es una ganancia para la calle. Alimento para su fe y su confianza.

Queda por ver ahora cómo y cuándo llega la devolución de aquel dinero que algunos llegaron a catalogar de papel mojado. A quienes se les llenó la boca con descalificaciones y a quienes no les tembló el dedo acusador también debiéramos escucharles ahora. Me temo que eso se quedará en una sentencia moral, porque en este mundo que nos rodea es más fácil pedir dinero que pedir perdón. Ocurra lo que ocurra, sea cual sea el desenlace final, lo tranquilizante es saber que el dinero ha sacado el billete de vuelta a casa, a las manos honradas de las que salió.