TENGO que reconocer que la frase del título me rondaba por la cabeza antes del partido, nada del otro jueves conociendo los antecedentes, o por asociar el coliseo azulgrana con el Coliseo romano y sus escabechinas; y si además metemos en el mismo saco mental leones, mártires por la causa y resignación cristiana hasta igual encontramos algún consuelo. Porque puestos en ese plan lo que irrita un poco son los elogios desplegados por Luis Enrique en las horas previas hacia el juego del Athletic, preludio de lo que todo el mundo barruntaba: que Ernesto Valverde acudió al Camp Nou fiel a su estirpe de entrenador, es decir, que puestos a morir lo quería hacer matando, o por lo menos provocando algún corte profundo en las carnes del poderoso Barça y en su defecto rasguños que prueben la dureza de la contienda. Si se trataba de perder (la inconfesable asunción de la derrota previa) importaba el como, preferentemente ofreciendo una imagen de equipo valiente, dispuesto a tutear al Barça desdeñando la diferencia abismal que los azulgrana mantienen sobre la casi totalidad de los equipos, una propuesta que le viene de cine a la máquina de triturar barcelonista. Al inmenso Messi, además, le dio por mostrar su lado más solidario, sesgo que resultó letal para el Athletic en cuanto se asoció con Neymar. Enfrente estaban estos dos tipos, los mejores jugadores del mundo junto con Cristiano Ronaldo, secundados por un elenco de virtuosos del balompié. Aquello, efectivamente, era el Coliseo.
“Es un motivo de orgullo que un equipo como el Athletic nos haya generado pocas ocasiones”, dijo después Luis Enrique, una forma sutil de ponerse una medalla (el Barça es líder, gana todo y aún no ha recibido un gol en contra) a costa de apuntar la ineficacia ofensiva del Athletic, tan tibio en ataque que apenas alcanzó a ver de cerca a Claudio Bravo, el portero chileno del Barça.
Así que corramos lo antes posible un tupido velo sobre este partido y sus circunstancias, que a fuerza de repetirse hasta nos olvidamos de las sorpresas, traiciones y emociones que tantas veces procura el fútbol, sobre todo porque el Athletic ha entrado en una dinámica endiablada, donde apenas cabe espacio para las lamentaciones teniendo en cuenta que son vísperas de Champions y San Mamés prepara su mejor galanura para recibir pasado mañana al Shakhhtar Donetsk de la convulsa Ucrania.
La Liga apenas balbucea y resulta que el Athletic, pese a su irregular comienzo (dos derrotas, un triunfo) está por delante del Real Madrid, a quien la crisis comienza a rondar después de perder la Supercopa frente al Atlético de Madrid, sufrir una asombrosa debacle en Anoeta ante la Real Sociedad y volver a morder el polvo en el derbi madrileño en el Bernabéu para irritación de la hinchada merengona, que ya se ha olvidado de la Décima, añora a Di María y la paga con Iker Casillas, que el sábado cumplió los quince años de su debut con el Real Madrid (en San Mamés) con una bronca.
Al margen de las componendas tácticas o estratégicas, conviene reparar en el armazón conceptual asociado al fútbol en su más rancia vertiente. El técnico Carlo Ancelotti rechazó la víspera del partido catalogar de violento el juego del Atlético del Cholo Simeone al considerar que “el fútbol no es un juego para señoritas, es para hombres”. Después, comprobado que los colchoneros terminaron venciendo a las bravas y sobre todo cuando apostaron por la calidad bajo la batuta del turco Turan, Ancelotti censuró la “falta de intensidad y actitud (¿hombría?)” de sus jugadores para justificar la derrota. Aun recuerdo a Luis Fernández cuando el Athletic acabó segundo de la Liga en 1998 dirigiéndose al gentío desde el balcón del Ayuntamiento: “Estos jugadores tienen tres cojones”, dijo y repitió el simpar técnico tarifeño, como si fueran unos tarados (porque tener tres huevos es una tara) para destacar lo machos que eran. Las señoritas también juegan al fútbol, los cojones sirven para otra cosa y en el Coliseo no se muere, se divierte.