EL próximo año electoral 2015 se presenta pleno de incógnitas, retos e incertezas. La respuesta a muchas de ellas dependerá de factores ajenos o externos a Euskadi (entre ellos, saber qué ocurrirá en la política y en la vida social catalana, cómo se gestionará en Reino Unido el resultado del referéndum escocés o cuál será finalmente la legislación electoral aplicable a los comicios forales y municipales del mes de mayo).
Ni los politólogos ni los sociólogos logran por el momento ponerse de acuerdo ante la incógnita de si la tendencia electoral apreciada en las elecciones europeas de este pasado mayo tendrá o no continuidad en las elecciones forales y municipales de mayo de 2015. Casi todos denostábamos esa contienda electoral europea, como una suerte de elecciones menores, y sin embargo ha tenido enorme trascendencia en los respectivos partidos y su repercusión se aprecia todavía en las maniobras de reposicionamiento que ante cuestiones sociales y políticas claves están adoptando las diferentes opciones políticas para tratar de no perder el contacto y la fidelización de sus potenciales electores.
Más allá de sus audaces propuestas, la irrupción de Podemos ha sido una buena noticia para la democracia, porque ha revolucionado el anquilosado patio de los partidos políticos y ha removido un estanque (el de la conexión entre los partidos políticos y la ciudadanía) cuyas aguas enfangadas y turbias parecían no moverse. Hacer prospección electoral y tratar de proyectar sobre Euskadi el enorme éxito con el que irrumpió la fuerza política Podemos en dichas elecciones europeas abre otro plano de dudas, incertidumbres o incertezas electorales de cuya respuesta podría depender, por ejemplo, la fuerza política que acabe gobernando en las Diputaciones de Gipuzkoa o de Álava, además de poder resultar determinante en la gobernabilidad de importantes municipios vascos.
De nuevo surgen muchos más interrogantes que respuestas, muchas más dudas que certezas: ¿en qué “caladero” electoral obtendrá sus votos “Podemos” en Euskadi? ¿Restará peso político-electoral al PSE, a EB, a Bildu?; ¿cómo definirá su estrategia política “Podemos” en Euskadi, como “franquicia” de un partido estatal, o como partido de “País”, con objetivos, aspiraciones, estructura, protagonistas y objetivos finalistas proyectados sobre Euskadi de forma específica?; ¿Qué política de alianzas diseñará? ¿Definirá su troncalidad, su esencia política como “abertzale” o subrayará el adjetivo de “izquierdas” por encima de cuestiones vinculadas al estatus de Euskadi como nación sin Estado?; ¿Apostará por una alianza de izquierdas con Bildu?; ¿tratará de aglutinar el voto de izquierda no abertzale?;¿anticipará posibilidades de pactos, o evitará mojarse con antelación a la contienda electoral?; ¿Jugará a la ambigüedad confiando en la inercia victoriosa y su ganado prestigio antisistema?
¿Logrará mantener ese glamour revolucionario, casi catártico, de quien irrumpe rompiendo moldes, proponiendo lo que gente quiere escuchar aunque no diga cómo y cuándo va a poder cumplir sus promesas? ¿Logrará mantener ese aura revolucionario de anticasta, como si ellos no fueran en realidad un partido político legítimamente constituido para conquistar electorado y poder?
El concepto y la idea expuesta desde Podemos conforme a la cual solo es un partido político porque legalmente le obligan a serlo carece de sentido. Aunque su denominación no fuera la de “partido político”, el grupo de personas que lo ha impulsado habría, en otro caso, creado una organización política dirigida a recoger y ordenar las demandas sociales, sería una plataforma de selección de representantes y líderes políticos y trataría de llegar al poder para realizar su programa, lo cual lo convertiría de facto en un partido político, independientemente del modo en que decidiera autocalificarse.
Cosa distinta (y muy importante) es la metodología que Podemos está utilizando para relacionarse con la sociedad y ser parte de ella, para absorber y estructurar la voluntad popular, para seleccionar sus líderes y dirigentes y para tomar decisiones políticas. Sin duda es en este campo donde se revelan las carencias más graves de los partidos clásicos y donde Podemos subraya su singularidad. Este fundamental aspecto tiene que ver no tanto con su naturaleza como partido cuanto con la democracia interna de la organización y su apertura a la sociedad.
Gran parte de ese potencial éxito dependerá de su capacidad para crear a nivel estatal (y también en Euskadi) bases regionales, y las elecciones de 2015 serán prueba de toque clave para saber si esa inercia efervescente se mantiene o si decae el entusiasmo hacia Podemos, derivado en gran parte de la desafección, la indignación y el hartazgo de muchos votantes hacia la política y los partidos “tradicionales”. ¿También en esta tendencia Euskadi marcará su especificidad?; ¿sabrán los líderes de Podemos fidelizar a su potencial electorado vasco solo con el recurso a la invocación de argumentos retóricos, que suenan muy bien pero que no aportan soluciones realizables?