concluido el ciclo electoral europeo, comienza hoy la auténtica reflexión. Tras los electores europeos, llega el turno de los inversores, apátridas como lo es su dinero, que valorarán la importancia e incidencia que tendrá la aritmética electoral resultante ayer en el devenir económico de la UE durante la próxima legislatura que difícilmente puede vivir los niveles de agitación económica, política y social como los alcanzados en el último lustro.

No conviene olvidar que estos últimos cinco años han estado marcados inicialmente por la crisis financiera, secundada por las del euro, el déficit público, la deuda soberana y rematada por la destrucción de empleo que no sólo han fracturado Europa -rica y acreedora al norte; pobre y deudora al sur-, sino que alcanzaron su punto culminante con dos golpes de estado de guante financiero blanco que se llevaron por delante al italiano Silvio Berlusconi y al griego Yorgos Papandreu o, también, provocaron una ola de protestas sociales por todas las principales capitales europeas.

Pongan ustedes a cocinar todos estos precedentes, su gravedad y sus consecuencias, Estarán de acuerdo conmigo en que la elección del nuevo Parlamento Europeo tenía que haber sido, cuando menos, punto de inflexión para la ciudadanía europea en general y para los inversores en particular, siempre y cuando la Eurocámara tuviera la capacidad legislativa de otras instituciones similares. Si no ha sido así, como lo atestigua la abstención registrada y el escaso movimiento financiero especulativo registrado a lo largo de la campaña, habrá que convenir que el poder económico vive tranquilo ante la creciente debilidad europea, como unidad de mercado económico.

Queda claro que las elecciones, no se interpretan como un "peligro" para el modelo neoliberal imperante a día de hoy, porque desde hace años tiene resuelta la dicotomía que podía existir entre dos almas: europeísta, una de ellas, basada en valores absolutos, idealistas y éticos, que originó el proyecto común de la UE, y materialista la segunda, que recurre a conceptos como necesidad, fuerza, disciplina y austeridad, al tiempo que pone en valor la gestión económica individual de cada país, eliminando de facto cualquier atisbo comunitario.

Todo ello, está interiorizado en los mercados financieros que han vivido sin sobresaltos la campaña electoral y esta semana apenas mostrará interés por la nueva composición de la Eurocámara, donde la previsible victoria conservadora y el avance de los euroescépticos despejarán el camino para que los inversores solo se preocupen de la próxima reunión del BCE (5 de junio) en la que, previsiblemente, se puede decidir una bajada en el precio del dinero -ahora en el 0,25%-, también se establecerá un tipo de interés negativo para los depósitos que significará un coste adicional para el exceso de reservas que los bancos mantienen en el BCE y se impulsará una nueva subasta de liquidez ligada a las pymes.

Con estas medidas, Mario Draghi pretende solucionar los problemas derivados de la desinflación, al tiempo que controla los mercados financieros y obliga, en cierta forma, a que los bancos abran el mercado crediticio a las familias y las empresas e, incluso, también se pretende un incremento en el crédito interbancario, reduciendo la fragmentación. Claro que estas posibles medidas ya han sido descontadas en los mercados financieros que las han venido pidiendo desde hace varios meses.

Como verán, las elecciones no dejan de ser una simple anécdota, aunque los políticos se empeñen en decir que esta legislatura europea será diferente, y las previsiones financieras y económicas son similares a las de hace unos meses. Nada nuevo, por tanto, al inicio de la semana de reflexión.