Demasiadas tensiones acumulamos en nuestra sociedad como para generar problemas de convivencia donde no los hay, y peor aún judicializar una relación entre lenguas cuya interacción debe basarse en principios muy alejados de actitudes como las apreciadas políticamente en el delegado del Gobierno español, Carlos Urquijo, empeñado en reinventar y reformular unilateralmente el concepto de cooficialidad de ambas lenguas, el euskera y el castellano. Cooficialidad significa paridad, una relación inter pares, no jerarquizada, y de la que emanan derechos y obligaciones recíprocas. No sé, con todo el respeto, si el delegado del Gobierno suscribirá las reflexiones que siguen, pero con toda humildad le invito a leerlas, si tiene a bien, para sentar las bases del debate en torno a qué orientación debe seguirse, porque esto no debe ser una nueva "guerra de las banderas" en el ámbito lingüístico.
Pueden ayudarle a reorientar su política las sensatas y racionales señas de identidad de la Viceconsejería de Política Lingüística: impulsar y hacer posible un mayor consenso social y político a favor de la normalización social del euskera. El punto de partida es claro: el euskera es de todos y, por tanto, nadie debe ser excluido ni autoexcluido de la tarea común de hacer posible una enriquecedora convivencia entre las dos lenguas y de la tarea de impulsar de manera especial y activa el uso de aquella lengua que se encuentra en condiciones de debilidad respecto a la otra lengua oficial, es decir, el euskera respecto al castellano. En palabras de Mitxelena, "al igual que nuestro pueblo debe encontrar un lugar entre los pueblos, también el euskera debe encontrar un lugar entre las lenguas, sin maximalismo, capaz de asegurar su conservación y crecimiento". Esto solo puede hacerse con un amplio consenso.
El consenso hay que trabajarlo. Hace 32 años, con motivo de la Ley del Euskera de 82, se produjo un importante consenso, en el que participaron PNV, PSE y EE. Quedaron al margen la izquierda abertzale y AP. Ese consenso ha hecho posible el gran salto cuantitativo y cualitativo a favor del euskera en esos 25 años. El mal llamado problema del euskera es, en realidad, un problema de convivencia entre nuestras dos lenguas -euskera y castellano-, y, en consecuencia, es un problema que afecta al corazón de la convivencia social. Y está claro que frente a quienes pretenden ejercer el darwinismo lingüístico abandonando a su suerte, como si de un fenómeno natural se tratara, las lenguas, hay que apostar de forma sincera por la diversidad.
Nunca en su historia ha tenido el euskera tantos hablantes, nunca ha sido utilizado por tanta gente y en tantos ámbitos. Nunca ha tenido el apoyo decidido de la legislación y de los poderes públicos como el que está teniendo en los últimos 25-30 años. Nunca ha tenido tantos recursos a su servicio. Pero el objetivo mayoritario de la sociedad vasca, tanto de vasco hablantes como de quienes no lo son, no se puede alcanzar solo con un estatus legal adecuado y con políticas públicas activas. Sin ellos es imposible, pero también es imposible sólo con ellos. Lo decisivo es otro factor: la adhesión de la ciudadanía, la identificación y lealtad de la ciudadanía con el euskera. Ésa es la clave y ése es el nutriente principal. Hace falta generosidad y sentido de la realidad. Es un déficit que una parte de nuestra sociedad -parte del mundo erdaldun- viva de espaldas hacia el mundo del euskera, con un desconocimiento absoluto sobre su existencia, su creación y sus inquietudes. Eso no es bueno para la convivencia. Debe romperse ese muro de incomunicación. Y nadie debe caer en la tentación de patrimonializar en exclusiva el euskera, ni nadie debe exonerar su responsabilidad hacia el euskera: porque el euskera es de todos. Para algunos todo lo que se haga a favor del euskera siempre es mucho y demasiado. Hay gentes para quienes todo lo que se haga por el euskera es poco, insuficiente, oportunidad perdida e incluso fraudulento. Si el euskera es de todos, no solo de una parte de la sociedad vasca, y si su solución descansa en caminar hacia una sociedad cada vez más bilingüe, hay que asumir sin equívocos y ni complejos que el del euskera es una tarea de todos, vasco hablantes y no vasco hablantes, nacionalistas y no nacionalistas, de todos, sin exclusión. Si asumimos que es una tarea de todos y que forma parte del corazón o de la columna vertebral de nuestra sociedad -porque afecta a sentimientos identitarios-, es evidente que el del euskera debe ser objeto del mayor consenso social, cultural y político posible en una sociedad tan diversa como la nuestra.
Y para todo ello sobran los recursos judiciales y falta diálogo, falta empatía, sobran victimismos inducidos al servicio de enfrentamientos basados en la incomunicación. Ojalá, Sr. delegado del Gobierno, rectifique su política. Sería un gesto noble.