siete horas duró, de la tarde a la noche, el pleno del Congreso de los Diputados el pasado 8 de abril, en el que la democracia española escenificó su rotunda mezquindad frente a la demanda de Cataluña de celebrar un referéndum consultivo sobre su futuro como nación. El debate comenzó como una mala clase de derecho constitucional, balbuceante y contradictoria, y acabó multiplicando por mil el censo de los independentistas catalanes. Deberían exhibir esta película en las escuelas de teatro para enseñar que la dramatización consiste en creerse las propias mentiras y poner cara solemne. La obra representada tenía un título previsible: "No". Uno de los conceptos más perturbadores del desarrollo humano; pero que usado por el poder adquiere el significado de infamia. El No del poderoso es siempre un acto de violencia.
Los actores cumplieron con su papel. Rajoy acentuó su histrionismo con una corbata rojiblanca, carnavalesca, para acompañar la farsa de un discurso cargado de tópicos, metáforas desgraciadas, como la de Robinson Crusoe, y declaraciones de afecto que sonaron estruendosamente cínicas. A Rubalcaba le ocurrió lo que a los viejos cómicos sobreactuados: sus gestos eran muecas y sus palabras, murmullos. Patética Rosa Díez y delirante Alfonso Alonso en su rivalidad neofalangista. La dignidad de la izquierda quedó a salvo en su franca minoría y la solidaridad nacionalista actuó de bálsamo para que la ofensa a Cataluña fuese menos dolorosa. El telón cayó como una losa de odio y oprobio, con 299 noes cerriles. España no es una democracia, pues cierra la puerta de la libertad y se lleva la llave de la ley.
El debate no fue correcto como se ha dicho, sino una impostura calculada. Todo era artificial, fingido, cosmético, como el rostro sombrío y profesional de los funcionarios de pompas fúnebres. Fue la retransmisión de una comedia sin inteligencia ni osadía democrática. Acaso la historia de otra oportunidad perdida. La democracia real es lo que se ve en la tele. Y visto lo visto, España es un sainete. ¡Qué espectáculo!