aL sinsabor, la apatía emocional, la sensación de desconcierto, desilusión y directamente cabreo que en buena parte de la sociedad vasca se gestó tras la patética escenificación del primer austero y cicatero gesto de desarme de ETA le siguió emocionalmente la perplejidad ante la citación judicial a los verificadores, los fedatarios o notarios de tal voluntad de desarme de ETA.

Alguien parece querer invitar a la ciudadanía vasca a vivir el fin de ETA como una especie de montaña rusa emocional, donde pasamos como un péndulo anímico de vilipendiar la falta de coraje de unos para terminar de una vez por todas (ETA), al rechazo que provoca la inacción interesada, displicente e irresponsable políticamente del Gobierno español, cuya desidia impostada pretende venderse en el mercado electoral español como rédito de firmeza irredenta frente al terrorismo.

Y no se trata de eso. Ni buenismo ingenuo ni Síndrome de Estocolmo ni cierre absoluto a explorar cómo rematar el irreversible fin de ETA. Lo que necesitamos es políticos con criterio que piensen en el futuro civilizado sin ETA, y que sin transgredir la ley sepan adecuar sus comportamientos, sus actitudes, sus discursos y sus reacciones a la obligación de actuar responsablemente.

Frente a quienes opinan que el lehendakari, en una actitud honesta y directa, se está implicando en exceso, cabe defender que quien calla primero, critica después y se pavonea sutilmente dejando caer que dispone de información relevante que conduce a justificar su inmovilismo debería hablar de una vez por todas. Sobran rumores, sobra morbo, y falta decisión, por parte de unos para no estirar más el chicle de su fin como organización (ETA) y por otros, que dicen defender la democracia desde la quietud renuente a todo avance hacia la convivencia en paz.

Y en este contexto, el último comunicado de ETA está repleto de retóricas apelaciones a la seguridad, al trasladar su decisión de emprender el sellado e inventariado de sus arsenales, como derivada y consecuencia del final de la lucha armada. El primer interrogante clave se centra en cuestionar por qué ETA anuncia el sellado, la hibernación militar, y no la entrega definitiva de las armas. La propia ETA nos dice que con dicho sellado pretende garantizar que sus "armas, explosivos y dispositivos" se encuentren "fuera de uso operativo", en el camino para poner en vías de solución "el conjunto de consecuencias del conflicto político".

Nos comunica enfáticamente que quiere así ofrecer "seguridad" a la ciudadanía y a la comunidad internacional. ETA manifiesta también que desea alimentar el nuevo escenario y el proceso de solución. Y entiende que este paso debiera ayudar "a fomentar el clima para el diálogo y el acuerdo, así como a avanzar en otras cuestiones" (sic).

La intendencia operativa que se describe como una "nueva misión" acordada entre ETA y la Comisión Internacional de Verificación se concreta en dos puntos: por una parte, la Comisión verificará el proceso de sellado que llevará a cabo ETA con un método ya prefijado y por otra quedará en su mano el inventario que se haga de las armas, explosivos y otros dispositivos.

¿Tan difícil es afirmar que nos disolvemos como organización armada y renunciamos al recurso a la violencia con fines políticos? La apelación a la retórica victimista por parte de ETA se pone de manifiesto una vez más, con el fin de generar un clima de empatía social, al señalar que el proceso de sellado de arsenales ha comenzado y el compromiso de ETA es llevarlo hasta el final, hasta el último arsenal, y que se trata de un proceso difícil y no exento de dificultades, por lo que no depende solo de su voluntad y de la profesionalidad de la Comisión Internacional de Verificación. De hecho, afirma textualmente que los ataques y obstáculos pueden condicionar gravemente la viabilidad del proceso de sellado, y por ello demanda de todos los agentes que actúen con "responsabilidad".

Para una gran mayoría de la ya exhausta y cansada sociedad vasca, ETA ha sido parte desgraciadamente protagonista de todos estos años de violencia. Su violencia terrorista no ha surgido como "causa" o derivada del llamado conflicto, sino que ha transformado y pervertido un debate político en terrorismo. El "profundo contencioso vasco" del que hablaba el Pacto de Ajuria Enea ni justifica ni explica los años de brutal, estéril y vil actuación de ETA. Nunca nos plegaremos como pueblo vasco a admitir que ETA y su rastro perverso e injustificado de vulneración de Derechos Humanos haya sido una consecuencia del conflicto. Por ello, a la unilateralidad del sellado de su arsenal debe seguirle cuanto antes su disolución como organización. Esta letanía, esta insistencia larga y reiterada de retórica conflictual sin disolución cansa ya a la mayor parte de la ciudadanía. Dejen sin argumentos a los inmovilistas, den ya, por favor, el paso que todos esperamos.