El lunes pasado ya aventuramos aquí que la osadía de Ayza Gámez expulsando a Cristiano Ronaldo tendría consecuencias; y vaya que si las tuvo. Entendido como una afrenta al madridismo y al negocio, al colegiado farruco le han metido en la nevera durante un mes, no volverá a pitar al Real Madrid esta temporada y entra en la lista negra de trencillas candidatos al descenso. Así que ya están avisados los árbitros irredentos. La presión ejercida por el club blanco y los potentes medios de comunicación madrileños desencadenaron sin embargo una serie de consecuencias que merece la pena analizar. Por un lado, la cuestión ética. Vistas las diferentes secuencias a cámara lenta, como en los documentales de National Geographic, se pudo apreciar que el astro luso pasó su mano por las caras de Gurpegi e Iturraspe con los dedos encogidos a modo de garras, como una alimaña. A mi me pareció un hallazgo sorprendente. Así, visto en tiempo real, parece una simple caricia, y sin embargo lo que hace el tío es arañar el rostro del rival en un plis plás. Cristiano Ronaldo, como es muy metódico y perfeccionista, seguro que ha ensayado a conciencia ese ejercicio hasta adquirir esa pericia en el zarpazo. Ya me lo imagino delante del espejo, musitando en trance narcisista: espejito, espejito dime tú, ¿hay alguien por ahí más hábil y guapito que tu Ronaldito?
Pero intuyo que esto es algo común entre los futbolistas. Por ejemplo, Gurpegi. Al contacto, se derrumbó sobre el césped como alcanzado por la terrible bala de un francotirador. El mocetón navarro conoce de sobra que ahora casi todo se sabe y se ve al detalle a través de la televisión, y se magnifica si el perjudicado con la pantomima es Cristiano Ronaldo. En cambio, la irritada prensa madrileña pasó por alto un criminal planchazo de Cristiano sobre Mikel Rico, lacerante acto que sí divulgaron convenientemente los medios de comunicación catalanes. Seguro que si es Rico el que entra así a Cristiano se le cae el pelo (metafóricamente hablando). Con este precedente y el avispero agitado llegó el derbi madrileño y el colosal despropósito. Apenas recuerdo el juego, absorto como estaba en la violencia desatada al amparo de la laxa mirada del colegiado Clos Gómez, mediatizado por lo de Ronaldo. Deduzco que Arbeloa y Pepe, especialmente, se repartieron el papel de acoso, derribo y desquiciamiento del polémico Diego Costa, quien al parecer ese día decidió no entrar en provocaciones para no dar cancha a su ardiente enemigo. En uno de los episodios de semejante disparate, Pepe acercó su rostro al de Costa, tapó un orificio nasal y por el otro soltó a bocajarro un perdigón de grueso calibre. El receptor de la descarga apenas se inmutó, al fin y al cabo el es un especialista en lanzar escupitajos al rival en la corta distancia. Arbeola fue más sutil. A la espera de un córner, se le acercó por detrás y fríamente clavó los tacos de su bota en el tendón de Aquiles. Me pareció una bellaquería espantosa. La agresión acabó impune. Si un acto así se da en la Premier inglesa y no hay constancia arbitral, su federación entra de oficio y le mete al futbolista un castigo duro y ejemplar. Aquí, Federación, LFP, Comisión Antiviolencia o el Juzgado de Guardia hicieron mutis por el foro. Concluido un partido, los jugadores suelen decir: lo sucedido sobre el campo, en el campo queda. ¡Y una mierda! Me imagino a los infantiles del FC Cantalapiedra tomando buena nota de la pedagogía que imparten estos ídolos futbolísticos bajo la máxima consentida del todo vale con tal de ganar: Mientras tú sujetas al diez así, como con disimulo, yo le pego un puntapié cuando el árbitro esté mirando para otro sitio, ¡ya verás el cabreo que se agarra...!
Tres días después, el Madrid despachaba al Villarreal con versallesca actitud; el Atlético se enfrentaba al Almería con aire depresivo y Ángel Cappa, técnico argentino y analista conspicuo, opinaba sobre Messi: "Ha perdido la pasión por jugar". Cabalgando sobre el vendaval desatado en Sevilla, La Pulga marcó dos goles grandiosos y el Barça remontó. Messi lo celebró con júbilo. No escupió a nadie, ni arañó, ni pateó al rival.