Los medios de comunicación andan estos días repitiendo una y otra vez imágenes de un pasado que, no por cercano, fue ayer. Han transcurrido 15 años desde el Acuerdo de Lizarra-Garazi. Bastantes, si recordamos todo lo que ha sucedido -no les cuento si miro las fotografías donde casi no me reconozco en una joven recién entrada en los cuarenta y uno-.
Parece que el contexto actual nos retrotrae a aquel momento de pactos en el que nos volcamos con gran ilusión para lograr la pacificación y normalización políticas. Pero fue eso, un empeño más voluntarioso que otra cosa puesto que ETA no fue capaz de responder a la sociedad vasca y parar de una vez. Necesitó 13 años más hasta lo que llamaron cese definitivo de su actividad armada; regados, lo recordamos con dolor, de muerte y amenazas en una sociedad vasca contraria a todo eso.
Últimamente oímos con insistencia que quizás se acerque su final. Creo que la declaración de expresos del pasado 4 de enero en Durango va por ahí. Lo terrible es que, en el otro lado, el PP se desgañita con soflamas incendiarias y continúa con su viejo discurso aprovechándose del terrorismo. Por eso le ha venido maravillosamente bien la detención y encarcelamiento del grupo de personas vinculadas a la interlocución con los presos vascos y la búsqueda de salidas con agentes vascos e internacionales. Lógicamente no conozco a la mayoría pero sí a Asier Aranguren, de Nafarroa, del que me consta su empeño en buscar soluciones por las vías pacíficas.
El PP se encuentra en un contexto complicado por el rechazo a sus recortes sociales y de derechos, con una Catalunya levantisca a la que no quiere responder democráticamente, el consecuente desprestigio por sus continuos casos de corrupción y la defensa de una monarquía innecesaria que también ofrece todos los días episodios escandalosos. Su empecinamiento está permitiendo que afloren disensiones de su derecha más extrema que, aprovechándose de la marea de críticas contra la excarcelación de etarras tras la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo contra la doctrina Parot, vuelve a meternos en la espiral de las víctimas y del terrorismo contra los derechos del pueblo vasco.
Por eso era necesaria la manifestación del pasado sábado 11 de enero bajo el lema de Eskubideak eta Bakea. Esa, sin duda arriesgada apuesta de EAJ-PNV, fue buena para salir a la calle. Nos hacía falta demostrar a Madrid el rechazo que sentimos por la utilización del argumento de la violencia como justificación de su inmovilismo o a sus provocaciones interesadas contra la convivencia para seguir defendiendo su negativa a poner en marcha un proceso real hacia la paz.
Las más de cien mil personas que estuvimos allí dijimos no al Gobierno de Madrid, a la dispersión y a las detenciones interesadas y provocadoras. Y sí a la paz y normalización políticas; mal que les pese a quienes pretendían ridiculizarla como si se hubiese tratado de una cuadrilla de chiquiteo y pinchos, como informó un conocido periódico de la derecha más cutre. Ya se sabe, el eje del mal vasco volvía a reunirse para atacar a una brillante nación española, impoluta, ordenada y de lo más desarrollada.