El Triángulo de las Bermudas es una zona próxima al Caribe en donde misteriosamente desaparecían barcos y aviones, fomentando febriles teorías y fantásticos relatos sobre marcianos que se instalaron tan ricamente ahí, bajo sus procelosas aguas donde, según aventuró gente avezada en rarezas, se encontraba la antigua Atlántida o el pase usted sin llamar de una dimensión a otra.
Aquel extraño asunto estuvo un tiempo de moda y algún escritor oportunista se puso las botas elucubrando sobre la cosa. Finalmente el fenómeno se difuminó a modo de recurso fácil para referirse a situaciones insólitas.
Aplicado al fútbol, lugar bastante tormentoso y proclive a sorprendentes sucedidos, para el Real Madrid un Triángulo de las Bermudas puede ser perfectamente El Sadar. O a ver cómo se explica que Cristiano Ronaldo, que había encadenado ocho partidos consecutivos marcando una porrada de goles, fue incapaz de hacerle ni cosquillas al bravo Andrés Fernández, y mira que lo intentó con nueve remates, y a lo peor se le escapa por ese sumidero el Balón de Oro, y al Real Madrid el título de Liga; o cómo Gareth Bale, el futbolista más caro del mundo, quedó literalmente desaparecido del escenario, engullido por el misterio que encierra el estadio rojillo, un lugar donde sistemáticamente el Real Madrid muerde el polvo y hasta el árbitro les es infiel.
No crean, pero la sufrida afición rojilla también acabó frotándose los ojos de incredulidad. Allí no ganó el Barça, ni tampoco el Real Madrid, y sin embargo aparecen el Almería, Granada o Levante y se llevan los puntos tan ricamente. Osasuna es el equipo menos goleador del campeonato, y con sus escasos rudimentos consiguió marcarle hasta dos goles a Diego López, y pudo anotar otros cuatro. Oriol Riera, el autor de ambas dianas, acabó convertido en el héroe, natural. Lleva ya siete tantos, más de la mitad de los conseguidos por todo el equipo navarro.
Resulta que Osasuna vendió a Kike Sola, que en la pasada Liga hizo nueve goles en 31 partidos, al Athletic por cuatro millones largos de euros y fichó por 600.000 a Oriol, delantero catalán que jugaba en el Alcorcón. Kike Sola ha disputado con el Athletic un encuentro, el primero, y nada más se supo del navarro, prácticamente inédito a causa de una lesión y posterior recaída de la misma.
Todavía es un misterio su encaje en el Athletic, cuya gerencia por lo menos no claudicó a las urgencias y a la tentación de atacar los 30 millones de cláusula de Imanol Agirretxe, que se puso de moda como autor la temporada pasada de 15 goles y fue pieza fundamental en la meteórica escalada de los txuri-urdin. Pero, de repente, al matador de la Real le entró una súbita amnesia goleadora que le duró 24 partidos consecutivos, justo hasta ayer, que recobró la inspiración aprovechado las veleidades que ofreció en Anoeta el colista Betis.
Sí apostó en cambio la directiva de Josu Urrutia por Beñat Etxebarria, entonces rutilante estrella bética, un jugador que ahora languidece en el Athletic, convertido sin remisión en un ilustre suplente. ¿Razón?
Tampoco está teniendo precisamente su año Aritz Aduriz, que también sufrió de amnesia goleadora y ahora tiene problemas físicos que menguan sus prestaciones. A la búsqueda de soluciones, Ernesto Valverde promocionó al primer equipo a Guillermo, delantero del filial, y el chico mostró inmadurez y escaso coraje para coger por los cuernos la gran oportunidad.
Finalmente, el técnico rojiblanco apostó por quien nunca falla y cuya única relación con el Triángulo de las Bermudas son los pantalones que el mozo alavés se enfunda cuando aprieta el calor. Efectivamente, Gaizka Toquero da de sí lo que todo el mundo espera. No es un virtuoso, ya se sabe, ni un acreditado goleador, pero raramente falla. Presiona a los rivales como alma que huye del diablo y de vez en cuando caza algún gol. Y en esas estaba cuando el argentino Fazio tuvo un error en la cesión de la pelota, Toquero la agarró al vuelo y la embocó en la portería del Sevilla, aunque Susaeta, por si acaso, terminó dándole el último empujón y anotándose el mérito del empate.
Susaeta, luego, no acertó con el penalti que hubiera dado al Athletic una justa victoria en el Sánchez Pizjuán. Pero lo más importante es que el equipo rojiblanco sacó con nota una dura prueba. Confirmó frente a un rival de alcurnia y pretensiones que, aun careciendo de un goleador regular y medianamente eficaz, tiene juego y ambición. Es decir, se muestra capaz de luchar abiertamente por la Champions.