Poquito a poco va calando un nuevo tiempo caracterizado por la debilidad creciente y continua de la democracia. Me resulta imposible evitar ponerme en guardia contra ese fenómeno generalizado y mundial en el que cada vez importa menos la pérdida progresiva de derechos individuales y colectivos. Es como vivir en un mundo ideal construido por especialistas en marketing, a modo de parque temático, en el que lo importante es que se aparente el respeto de los derechos, aunque en realidad no sea así.

Primar únicamente los intereses económicos debilita el sistema democrático imposibilitándole cumplir con el sentido de su existencia, es decir, el progreso y el bien común. No sucede porque sí, es necesaria la colaboración política. Y en eso el PP se ha demostrado maestro al utilizar su mayoría parlamentaria para hacer retroceder los niveles básicos de democracia y bienestar general. Utilizan la crisis económica, nos engañan para imponernos medidas que, aunque las venden como panacea, son lo contrario a favorecer el desarrollo social que debe tener una sociedad democrática.

Ya ha quedado demostrado que sus reformas y las múltiples mejoras, que, argumentaban, nos traerían entre otros el congelar los salarios o echar a la gente a la calle sin respeto a sus necesidades básicas, han sido inútiles en la creación de empleo y riqueza.

Muy al contrario, su imparable destrucción es evidencia del sufrimiento de millones de personas. Por otra parte, su justificación de que se lo exige la Unión Europea y el FMI no parece la mejor del mundo habida cuenta de cómo y quiénes gobiernan esas instituciones.

Las enormes dificultades económicas de la mayoría, el negro futuro de nuestros hijas e hijos, el desempleo que afecta a millones de personas, la pobreza que se está extendiendo como la pólvora en las sociedades ricas, la destrucción de las clases medias que son precisamente las que aseguran la cohesión social y los ingresos para el mantenimiento del estado del bien estar al ser quienes generan más ingresos vía las rentas de su trabajo? son señales indiscutibles de ese choque entre la democracia y los mercados. Y siempre pierde la primera.

¿Son incompatibles la democracia y el desarrollo de los mercados? ¿Se está imponiendo el agotamiento de la primera a costa del beneficio feroz de los segundos? No hay ningún atisbo de inocencia en esas decisiones "populares" que están desmontando el actual sistema democrático para servir a negocios que no por legales son legítimos.

Desgraciadamente esto no nos sucede solamente aquí. No somos una isla, sino otra constatación más de lo que está sucediendo a nivel planetario donde la globalización se enfrenta a los sistemas democráticos para favorecer a los intereses financieros el acceso a los mercados más baratos y que requiere en cada momento sin importarle un bledo sus consecuencias.

Inocentes. Nos habíamos creído eso de ser parte de la Europa rica.