El actor Anthony Quinn sostenía una teoría que, aun siendo un punto exagerada, tenía su aquel. Trata a todas las reinas como a putas y a todas las putas como a reinas, decía Zorba, el Griego, no sé si por la costumbre de frecuentarlas o porque le despertaban cierto sentimentalismo. Andan hoy las mujeres de la calle con miedo a pisarla, no sea que las presuntas barrabasadas y atrocidades del monje loco encuentren imitadores en la clandestinidad de la noche. Piden más seguridad, una venda para esa herida que tanto sangra estos días.
Salvo alguna extraña manía o un raro gusto, hay más hambre que vocación en el oficio. Y son varias bocas a alimentar. Por eso, muchas de estas meretrices que hoy miran hacia atrás más de lo que solían no pueden permitirse el lujo de retirarse a sus cuarteles. Les duele la escabechina que han hecho con dos mujeres y les hace daño ver cómo se repudia su vieja profesión, como la propia calle que las demanda (negarlo sería una lección magistral de hipocresía...) les borra la identidad hasta convertirlas en objetos. De deseo para algunos, pero objetos, por desgracia.
¿Por qué no refugiarse en un club?, se preguntan los más ingenuos. Muchas de ellas no serían admitidas y otras tantas entienden que no necesitan representante, como los futbolistas. A tal puta, tal rufián dice la voz de la calle que ellas frecuentan. Y el refranero rara vez suele equivocarse.
Hoy es el día para no girar la cabeza, para no arrinconarlas como si fuesen una peste inevitable, un mal menor. Curan soledades y ofrecen alivios; dan conversación a cambio de fuego y una copa; espantan los miedos de los más jóvenes al estreno ridículo y se convierten, en no pocas ocasiones, en el campo de descarga: de problemas conyugales, de necesidades de cariño, de estrés asfixiante... de hostias, por parte de algún cabrón.
Y con tanto como dan están mal vistas, muy mal vistas. Que no se metan a ello, dicen los jueces más severos, como si en ocasiones tuviesen un catálogo de alternativas donde escoger. Hoy es el día, digo. Hoy es el día para mirarlas con otros ojos que no sean los del asco o la lascivia y acercarse a ellas para gritarles, bajito, ¡Vivan las putas!