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Presupuestos y responsabilidad: ¿ideologías o tópicos?

NO ha hecho más que comenzar la andadura del nuevo Gobierno vasco y cada fuerza política en la oposición va marcando su terreno mediante el recurso al tan simplista como frágil maniqueísmo de los buenos y los malos. Un claro ejemplo de ello es la reiteración enfermiza del PSE al calificar como débil a este gobierno. La recurrente alusión a la debilidad del Gobierno muestra en realidad una clara estrategia política: siempre es más fácil desviar la atención sobre su batacazo electoral confundiendo y mezclando escenarios. El filibustero recurso a la aritmética, la incorrecta extrapolación de los actuales 27 parlamentarios del PNV en esta legislatura frente a los 25 del PSE en la anterior (en la que el PNV obtuvo 30 escaños), revela que el argumento cuantitativo no es exacto, muestra que la realidad del equilibrio de fuerzas no corresponde con la que ellos creen ver. Basta pensar en la dificultad que plantea y va a plantear durante esta legislatura unir bajo un mismo sentido de voto a las fuerzas políticas de la oposición. Esa es la verdadera vara de medir de la fortaleza o debilidad de un gobierno.

Parece cuando menos exagerado el recurso, para referirse a estos primeros pasos de la acción de gobierno, a grandilocuentes términos como los de "temeridad", "prepotencia", "vértigo" o "desquiciado" por parte de quienes afirman van a realizar una oposición "firme y responsable". Los manidos tópicos de responsabilidad y "altura de miras" suenan ya tan falsos que provocan escepticismo y aburrimiento. No es buena forma de comenzar a construir entre todos, pero el gobierno debe insistir en el discurso y en el mensaje en positivo: construir, liderar, civilizar el futuro, trabajar con profesionalidad y motivación, tender puentes, pese a todo.

Para estimular y potenciar adhesiones sociales todos los partidos exaltan ciertos valores y gestan estereotipos tratando de reafirmarse, negando a su vez esos mismos principios y valores a sus adversarios. Concebir y ejercer la política (la vasca, en particular) como un choque de modelos, como un permanente enfrentamiento de valores y contravalores pretende cerrar filas entre los "míos" y demonizar a los "otros". Y si los espacios electorales y políticos se achican, esta tendencia se agudiza. La facilidad con que "engullimos" y acabamos asumiendo dialécticamente los discursos, tan recurrentes como previsibles, acerca de cómo salir de la crisis, sobre el modelo de sociedad o en torno a la clásica división entre política de derechas y de izquierdas revive con fuerza en el imaginario político vasco.

Y en este contexto cobra de nuevo vigencia el discurso maniqueo, simplista e incierto, de calificar al PNV como partido "de derechas" frente al supuesto progresismo revolucionario y posmoderno de la izquierda abertzale.

Hay muchos ejemplos que permiten relativizar esta interesada división entre "derecha e izquierda" dentro de las fuerzas abertzales, calificación orientada a equiparar nacionalismo institucional con algo obsoleto, adscrito al Antiguo Régimen, desfasado, alejado de los jóvenes, despreocupado ante los problemas sociales, aliado del capital, apegado al poder establecido y a la poltrona... y toda una larga retahíla de tópicos al uso.

Es un discurso vacuo, infundado, que solo necesita cuatro o cinco referentes simplistas para marcar el territorio ideológico: los buenos y los malos, los del "sistema", los de "siempre", los apoltronados conservadores frente a los "alternativos". Para los defensores y promotores de esta maniquea concepción de la política vasca, el votante del PNV vendría a responder al perfil de un voraz capitalista que desoye las demandas sociales de igualdad, mientras que el votante de la "izquierda" responde al espíritu revolucionario apostado tras la barricada ideológica de protesta y reivindicación en defensa de la revolución pendiente.

Toquemos suelo, acerquémonos a la realidad: si pensamos en algo tan relevante y trascendental en la política como las leyes de presupuestos (tanto en el ámbito de la comunidad como en el de las tres Diputaciones) comprobamos que el raíl de la economía es cada vez más estrecho, y difumina esas supuestas divergentes concepciones de sociedad; no hay revoluciones ni catársis políticas en marcha. Se impone la real politik y cabe recordar que el acuerdo entre Bildu y PSE en Gipuzkoa tuvo como precedente el acordado entre PNV y Bildu para el año 2012, o las otras combinaciones de actores políticos en los pactos o acuerdos presupuestarios alcanzados entre fuerzas políticas supuestamente enfrentadas entre "derechas e izquierda" son prueba de ello, y demuestran lo falaz de esos argumentos que contraponen pujanza revolucionaria de izquierdas frente a retrógradas visiones de la sociedad por parte de los calificados por ellos como de "derechas".

Si superásemos la demagogia y descendiésemos al análisis de los programas de gobierno y de las políticas practicadas por unos y otros, si superamos la demonización partidista interesada en minusvalorar permanentemente al otro, si quitásemos el "velo" que rodea a toda esta simplificación partidista interesada y eliminásemos estas etiquetas infundadas avanzaríamos en la tan reclamada normalidad democrática, y ello nos permitiría confrontar de verdad y, en serio, modelos de gestión, visiones de País y de sociedad por encima de la pancarta y la consigna. Es más necesario que nunca, porque nos jugamos el presente y el futuro, como ciudadanos, como pueblo y como nación.