no estamos para alegrías ni frivolidades y menos cuando se trata de gestionar las cuentas públicas, cuyos recursos se alimentan de nuestros impuestos. Por ello y en vista de la estrategia que intenta desplegar la oposición en estas primeras semanas del nuevo Gobierno vasco, conviene señalar que, pese a las acusaciones de pasividad (tortuga incluida) en la presentación de los Presupuestos del País Vasco para este recién estrenado ejercicio 2013, no hay motivos de mayor preocupación, al menos en comparación con la búsqueda de una salida positiva a la crisis que padecemos.
Por otro lado, las propias acusaciones no deben sorprendernos y mucho menos escandalizarnos porque responden a una forma torticera de entender la política donde prevalecen los intereses partidistas por encima de las necesidades sociales que deben ser plasmadas en esas cuentas públicas que señalarán las previsiones de ingresos y las prioridades de gasto para un año difícil. Muy difícil.
Así pues, mejor será que dejemos aparcadas de momento las declaraciones acusatorias de una oposición tributaria de su propia incapacidad para centrarnos en lo que importa que no es sino la trascendencia inherente al documento financiero que, elaborado por el gobierno, debe equilibrar las cifras correspondientes a los ingresos y los gastos públicos en relación a unos objetivos viables de bienestar. Se trata de dar respuesta a la demanda social mediante la gestión y administración del dinero que cedemos los ciudadanos a través de impuestos y tasas,
Es, sin duda, el ejercicio de mayor responsabilidad que puede tener un gobierno al que es exigible que presente las cuentas en tiempo y forma adecuados, aunque con el máximo rigor adaptado al momento que vivimos. En este sentido, las cuentas públicas vascas para 2013 están bajo la influencia de un clima excepcional en la medida que la crisis ha ocasionado un deterioro y empobrecimiento de la sociedad a lo largo de estos últimos cinco años que se refleja en un fuerte descenso de los ingresos fiscales determinados por la renta del trabajo y el consumo.
Es evidente que la menor disposición de los recursos financieros, cifrada en un 10% menos que el pasado año, y el compromiso del Urkullu de mantener inalterable el gasto destinado a educación, sanidad y servicios sociales, que representa más del 72% del total, hipoteca seriamente al resto de partidas presupuestarias. Se trata, en consecuencia, de un escenario de emergencia social en el que el rigor y la transparencia son inexcusables, máxime teniendo en cuenta que el cambio de gobierno se ha producido al final de 2012, pero sin cerrar las cuentas del citado ejercicio.
En este sentido, parece lógica la postura del Gobierno vasco porque, como esta semana pasada ha manifestado Josu Erkoreka: "Sería irresponsable precipitarnos y empezar a diseñar un proyecto de cuentas públicas, en este momento, en el que todavía la liquidación del ejercicio 2012, que tanto puede condicionar el ejercicio 2013, está sin hacer", agregando que "si el resultado final del déficit superara lo establecido con carácter general para las comunidades autónomas, el 1,5 por ciento del PIB", se tendría que aprobar "un plan de reequilibrio sujeto al control del Ministerio de Hacienda, que alteraría totalmente las bases sobre las que elaborar las cuentas públicas".
Dicho de otra forma ¿se puede elaborar un presupuesto riguroso para 2013 si se desconoce el balance definitivo de 2012? No está de más recordar que la limitación de déficit impuesta por el Gobierno de Rajoy representa un arma de doble filo. Puede ser una ayuda, en efecto, para reducir los niveles de endeudamiento, pero, si se sobrepasan esos límites, obliga a nuevos recortes sobre unos recursos ya escasos.
Pero este clima excepcional no significa una paralización o lentitud en la elaboración de los presupuestos. En todo caso, obliga a ser más rigurosos, lo cual no es incompatible con una política para incentivar la creación de empleo y el desarrollo tecnológico, tal y como el Gobierno vasco está explicando por boca de su portavoz, Josu Erkoreka, quien adelanta la próxima presentación (quizás esta misma semana) de un plan para combatir dos de los principales efectos de la crisis económica: el aumento del paro y la pérdida de proyección de las empresas.
Se trata de estimular la creación de empleo, con especial énfasis en los jóvenes, y para conseguirlo se está trabajando para alcanzar acuerdos empresariales y financieros. También anunció la inminente activación de un programa para la reanimación de la economía a través de la "inversión, la innovación y la internacionalización de las empresas" que conforman el tejido productivo vasco.
Por tanto, bueno sería dejar trabajar a quienes tienen la responsabilidad de elaborar los presupuestos y no hacer declaraciones como las del socialista Pastor en las que reprocha a Urkullu de "trabajar a paso de tortuga ante una emergencia nacional", no vaya a ser que ocurra como en la fábula atribuida a Esopo en la que la tortuga terminó ganando la carrera a la liebre demostrando que con seguridad, constancia y paciencia, aunque a veces parezcamos lentos, obtendremos siempre el éxito.
La liebre era tan fanfarrona como aquel atleta griego que, según el fabulista griego, era muy conocido por su debilidad y partió un día para tierras lejanas. Cuando regresó contaba que había llevado a cabo grandes proezas en distintos países, entre ellos decía haber hecho en Rodas un salto que nunca antes ninguno de los atletas coronados en los juegos olímpicos había sido capaz de realizar. Uno de los oyentes tomó la palabra y dijo: "Oye, amigo: si eso es cierto, no necesitamos testigos; esto es Rodas, da el salto y muéstralo".
Los socialistas han tenido la oportunidad de demostrar sus cualidades, pero han fracasado y como el atleta de la fábula, si no puedes probar con los hechos lo que dices, no estás diciendo nada.