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Arabia: gobierno reviejo

eL problema generacional que está en el trasfondo de todas las convulsiones de la "primavera árabe" iniciada el año pasado no ha estallado todavía justamente en el país donde es más agudo: Arabia Saudí. Y es que allá la mitad de la población tiene 25 años o menos y un paro creciente.

La situación resulta políticamente casi grotesca si se tiene en cuenta que la jerarquía máxima del Estado es en su totalidad gente de más de 70 años y, además, toda esta jerarquía sólo tiene en común pertenecer a la familia real, a los Saud. Pero ni hay en esta enorme estirpe real -cerca de los 1.500 príncipes- un concepto compartido acerca del orden sucesorio mediato (el inmediato es sabido: el heredero es el príncipe Nayef, de 78 años) ni mucho menos existe un consenso en los círculos más próximos al trono acerca del camino político a seguir en los próximo 20 años. Mientras el rey Abdulá -87 años- apuesta por un aperturismo moderado, el príncipe Nayef es el pilar del inmovilismo religioso, social y político.

Pero incluso si se impusiera el bando inmovilista, Arabia Saudí esta abocada a un enorme proceso de reformas. De aquí al año 2030 el reino necesitará crear seis millones de puestos de trabajo para los ciudadanos que van alcanzando la edad laboral, pero las previsiones estatales no van más allá de la creación de cuatro millones de empleos.

A este problema se sumará pronto otro que ya es muy grave hoy en día: la falta de viviendas. Porque en Arabia Saudí todo el suelo nacional es propiedad de la familia real que lo regala, vende o cede a su antojo. Es una situación que con el paso de los años ha creado un círculo de empresarios constructores que actúan como una mafia, especulando con las viviendas hasta hacerlas tan caras que la inmensa mayoría de los jóvenes no pueden pagarlas. La situación es socialmente un bomba de relojería tanto más peligrosa cuanto que en la capital -Riad- la mitad de la superficie urbana son solares vacíos, en espera de que siga la vertiginosa subida. El mero callejeo por la calles de la ciudad tiene que encrespar los ánimos de una juventud sin casa y sin trabajo,

Una singularidad de la latente crisis saudí es que el enervante o eventual deponente político no viene esta vez del Irán, enemigo tradicional de los árabes, ni de los vientos de reforma que soplan desde el norte de África, donde han triunfado las revoluciones del año pasado. La amenaza mayor para la estabilidad saudí viene desde Turquía, donde el islamismo moderado del AKP del primer ministro Recep Tayipp Erdogan le ha permitido al país gozar de un régimen aceptablemente democrático y de una desarrollo económico envidiable.

Para un país de islamismo radical y política absolutista, resulta alarmante ver los triunfos evidentes de una nación que ha optado por un islamismo abierto, una democracia cada vez más arraigada y un crecimiento cimentado en los esfuerzos comerciales e industriales de la clase media. Con el agravante para Arabia Saudí de que nunca hubo la menor simpatía ni cooperación entre Ankara y Riad.