EL 2011 acabó en el Irán con un auténtico festival de las confusiones: mientras Gobierno y Almirantazgo soltaban bravuconadas, la presidencia del país se apresuraba a relativizarlas, cuando no a desmentirlas.
Así, unas veces desde la jefatura del Gobierno se amenazaba a Occidente con minar el Estrecho de Ormuz si se agravaban las sanciones contra Teherán por la política nuclear del país, cortando así el suministro de la sexta parte del petróleo que consume diariamente el mundo (16 millones de barriles), otras se quería cerrar a la navegación un amplio sector de esas aguas porque la Armada iraní estaba haciendo allá maniobras. Y cada una de estas declaraciones gubernamentales era seguida de inmediato por sendos mentís presidenciales.
Visto superficialmente, ese rigodón de contradicciones sugiere que Teherán ha perdido el norte o que se quiere burlar del mundo con un juego absurdo de declaraciones y contradeclaraciones oficiales... Pero no es así.
En primer lugar, porque militarmente el Irán no puede cerrar el Estrecho de Ormuz. La medida perjudicaría directamente al principal aliado estadounidense de la zona -Arabia Saudí - y la respuesta de la Flota de los Estados Unidos, infinitamente superior a la iraní, sería inmediata y demoledora.
En segundo lugar, porque aunque no se llegase a las armas, el cierre del Estrecho sería un suicidio. Porque por allá salen las tres cuartas partes de las exportaciones petroleras iraníes (principales destinatarios: China, Japón, Corea del Sur y la India), que son de largo su mayor fuente de ingresos. Y peor aún, por esta vía marítima llegan al Irán todas las importaciones imprescindibles para la marcha de sus industrias y el mantenimiento del nivel de vida.
El cierre supondría una doble estocada en los intereses vitales de la República. Sin contar con que el bloqueo del Estrecho perjudicaría gravemente a todos los Estados de la costa occidental del Golfo Pérsico: Arabia Saudí, Kuwait, Bahrein, Emiratos y Catar.
De momento, esos aspavientos iraníes ya han dañado a la economía mundial porque ante la eventualidad de una interrupción temporal del suministro de petróleo subió el precio de este en las bolsas mundiales de materias primas. Entonces, ¿a qué juega Teherán? La explicación está en la lucha por el poder entre el Gobierno de Ahmadineyad, apoyado por los Guardianes de la Revolución, y los ayatolás, alineados con el líder supremo de la República, Alí Khamenei.
Los primeros dominan la situación aún, pero están perdiendo posiciones vertiginosamente porque el nivel de vida en el país está decayendo cada vez más, la clase media y el empresariado están indignados por el expolio que hacen los Guardianes de los negocios más lucrativos del país, en tanto que la intelectualidad y el alto clero consideran que en el país mandan los menos capacitados.
Ante este situación que les es desfavorables, los Guardianes han recurrido a la maniobra clásica de las dictaduras y los gobiernos autoritarios para recabar el apoyo de las masas: denunciar la amenaza de un enemigo externo -Occidente, comenzando con los EE.UU.)- y de una conjura internacional contra los derechos legítimos del país.
Esta llamada al patriotismo heroico le resulta tanto más fácil a Ahmedinayed por cuanto que en casa no habla de que la razón de las sanciones internacionales al Irán se debe a la faceta militar de sus programas de energía nuclear, una faceta que le permitirá al Irán disponer de bombas nucleares lo más tarde dentro de 4 o 5 años.