objetivamente hablando, 2011 ha sido un año de cambios. Sobre todo, en cuanto a los poderosos, de cambios para peor: desde Putin, Berlusconi y Papandreu hasta Mubarak, Saleh y los líderes liberales alemanes. Han sido montón los estadistas que este año han perdido poder o prestigio; o ambos a la vez.
Subjetivamente, yo diría que el año que termina ha sido un "año moro"; un año islámico. El mundo musulmán ha sido el gran protagonista de un año en el que abundaron los cambios sorprendentes.
El protagonismo musulmán es tanto más chocante cuanto que tras dos siglos largos de reveses y humillaciones, las naciones islámicas están surgiendo a galope del estatuto de Estados tercermundistas -humilladas e ignoradas- para tratar casi de tú a tú a las primeras potencias.
En la cuenca mediterránea, la "primavera árabe" está desmintiendo sangrientamente a los que creían que Egipto, Libia, Túnez y Siria seguían siendo unos fantoches decimonónicos que bailaban al son de las conveniencias de Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Y un poco más al sur, en el Yemen, se registra la misma historia, aunque con otros protagonistas.
Un poco más al norte, el antiguo "gran enfermo" del siglo XIX - Turquía - ha llevado a cabo una profundísima revolución socioeconómica que está erigiendo al país en protagonista irrenunciable de la política del Asia Central y el Oriente Próximo. En esta revolución entra también su reorientación desde el laicismo occidentalista impuesto por Atatürk a principios del siglo XX hacia un islamismo prudente; un islamismo por ahora firme y moderado.
Y mucho más al norte, en Afganistán y el Irak, los respectivos nacionalismos -incluso tribalismos- y lealtades religiosas han resultado mucho más poderosos que las "armas inteligentes", los Ejércitos súper modernos y las tecnocracias occidentales. Los occidentales se retiran de ambos países con muchas victorias parciales y una derrota amarga en el balance político de ambas invasiones. Por último, Irán prosigue su sendero nuclear y teocrático sin que nadie le haya podido frenar.
Claro que si estas revoluciones son admirables en sí, no hay que perder de vista que estas convulsiones sociopolíticas del mundo islámico se están produciendo dentro del marco mucho más amplio: el de un mundo en plena ebullición. Es la humanidad en su conjunto la que se ha percatado de que las fórmulas y los elementos que le han servido durante los últimos cien años para vivir -en la mayor parte del mundo, apenas para sobrevivir- ya no sirven de nada en una Tierra superpoblada, reducida a dimensiones minúsculas por la tecnología, y con unos repartos demográficos y financieros bien diferentes a los del siglo XX.
Posiblemente este sea el denominador común del cambio. Un cambio que ha hecho que los rusos de hoy no le tengan miedo al amo del Kremlin; los estadounidenses de hoy en día no quieran ni a Obama ni a los que pretenden sucederle (con lo que probablemente reelegirán presidente a aquél); y que en la otrora disciplinada y jerárquica Alemania, los ministros de hoy no tengan reparos en falsificar tesis de doctorado o tratar de ocultar prestamos más que discutibles.
Evidentemente, el mundo está en plena evolución. Hacia dónde y si es para bien o para no tan bien lo dirá la Historia… después del cambio.