la larga y cada vez más aguda crisis siria tiene dos causas principales : la degradación interna y la alianza con Irán.

Los problemas internos del Gobierno baasista de Asad son los propios de todo régimen autoritario que lleva decenios en el poder. No sólo está cada vez más alejado del pueblo, sino que los grupos sociales y militares que le apoyaban -y se beneficiaban de ello- son cada vez menos y menores. En el caso sirio, se trata ante todo del partido Baas y los sectores marginales de la sociedad que ayudaron al padre del actual presidente a ejercer dictatorialmente el poder.

Como en Túnez, Libia, Egipto y el Yemen, este desgaste del régimen habría acabado por provocar también en Siria un vuelco político. Quizá más tarde que en los demás países de la primavera árabe porque la homogeneidad de la sociedad siria es mayor y su declive económico menos acusado que en esos Estados. El que la crisis renovadora haya estallado no obstante ahora en Siria y con un vigor difícil de explicar políticamente, se debe a que Siria es el principal aliado de Irán en el Oriente Próximo y como tal, el elemento más peligroso para la paz de la zona.

Siria misma y, a través de ella, los movimientos nacionalistas de Hamas y Hizbolá en Gaza y el Líbano, respectivamente, recibían cuantiosas ayudas económicas y técnicas de Teherán, un Gobierno ha hecho del odio a muerte de Israel uno de los factores principales de la estabilidad nacional.

Y tras años de fracasos políticos en su acoso a Teherán, las potencias occidentales han cambiado de táctica. En vez de intentar acorralar diplomáticamente a Irán por su programa nuclear que desembocará dentro de poco en la posesión de un pequeño arsenal nuclear, Estados Unidos, Israel y sus aliados han optado por ir cercenando los brazos ejecutores de Irán en el Oriente Próximo. Así, la eventual instalación en Damasco de un Gobierno nada afín a Teherán reduciría enormemente la capacidad de acción iraní en todo el Oriente Próximo. El ánimo de fronda que reina actualmente en todo el Mediterráneo musulmán y el auge político-económico de la Turquía de Erdogan, país que le disputó a Teherán la hegemonía en el mundo islámico a lo largo de los últimos quinientos años, ha hecho sumamente fácil alentar y apoyar la disidencia anti Assad. Además, la eventual caída de Al Asad y los baasistas no sólo satisfaría a Turquía y a las cancillerías occidentales, empeñadas en debilitar a Irán. Israel sería uno de los primeros beneficiarios de semejante cambio político, ya que la financiación de Hamas directamente desde Teherán es muy farragosa sin la cooperación siria. Y el Líbano, cuya paz interior está a merced de las milicias de Hizbolá, sentiría un alivio semejante o mayor que el israelí. La eliminación de Siria como plataforma de ayuda material y militar de los fundamentalistas islámicos permitiría a las fuerzas tradicionales libanesas volver a hacer del país el ingobernable avispero político que fue siempre, pero sin el cuantioso tributo de sangre de los últimos decenios.