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La construcción de las catedrales

Adiós a los tiempos en que un día en rojo en el calendario provocaba en Bilbao una estampida propia del Serengeti en la temporada de sequía. Es cierto que no llueve como solía en el botxo y quizás, por una extraña ley de la compensación, un aguacero de turistas inunda estos días las calles de la villa, empapándolas de vida. Contra la terrible sentencia del tremebundo Dante Alhigieri -"No hay mayor dolor que recordar los tiempos felices desde la miseria"- estos días la villa bebe del cuerno de la abundancia.

Habrá que preguntarse el porqué. No parece propia tanta fecundidad ahora que se anuncia el fin del ecosistema donde tan felices nos la prometíamos. Habrá quien piense -el club de los pesimistas tiene más que adeptos que el viejo club de Playboy o que el mismísimo Barcelona que hoy asalta la fortaleza del ogro...- que esto es solo un espejismo, un oasis ante tanto contratiempo. No parece que sea así, que todo sea fruto del azar. El turista es un ave migratoria que solo se posa donde encuentra pan y agua, por decirlo en plata.

Quiere decirse que Bilbao lleva largo tiempo trabajándose la voz para el canto de sirena, esa melodía que atrae e hipnotiza. Es un trabajo de chinos: paso a paso hasta recorrer la Gran Muralla. Viéndolo con perspectiva - es ya más de una década de hincar los codos en los textos del ocio de la vida...-, uno se acuerda de la sentencia de Heinrich Heine, aquella que el propio autor narraba a modo de parábola. "Un amigo", venía a decir, "me preguntaba por qué no construíamos ahora catedrales como las góticas famosas, y le dije: los hombres de aquellos tiempos tenían convicciones; nosotros, los modernos, no tenemos más que opiniones, y para elevar una catedral gótica se necesita algo más que una opinión".

Esa ha sido la fuerza de Bilbao desde tiempos inmemoriales: trabajar desde la firme creencia de que todo es posible. Así hicieron fortuna las navieras y aquella maravillosa revolución industrial; así crecieron los bancos y el comercio, así se forjó la leyenda de un Athletic grande. Siempre desde la convicción de que no hay puerta que no se pueda abrir, no hay muralla que no se pueda derribar.