LA visita de esta semana de Hillary Clinton, secretaria de Estado norteamericana, a Myanmar -la antigua Birmania- tiene ribetes sorprendentes. Y no tanto porque un responsable de la política exterior estadounidense viaje cada medio siglo a ese país asiático (la visita anterior fue la de Foster Dulles), sino sobre todo porque se produzca justo cuando China ha sufrido allá un fuerte revés en su política del sudeste asiático: Rangún acaba de anular uno de los grandes proyectos de cooperación chino-birmano: la presa de Myitsone.
La presencia de Hillary Clinton en Rangún se produce, además, en plena ofensiva asiática de la Casa Blanca. En los últimos meses Washington ha tenido una serie de gestos sumamente agresivos en Asia y el Pacífico -el más llamativo ha sido el acuerdo con Australia para el establecimiento de una base militar norteamericana en ese país- para recabar su protagonismo es esta parte del mundo.
Es evidente que la pretensión de ser primera potencia en este ámbito significa una fricción con China, cuyo auge económico ha ido acompañado de una política expansiva y a veces atosigadora justamente en el área Asia-Pacífico. La dimensión global de esta pugna provocada por influencia creciente de Pekín la formuló con toda crudeza el presidente Obama recientemente, al reclamarle al Gobierno chino que imponga de una vez el valor auténtico del yuan -la divisa china- y colabore así a una estabilización de la economía mundial. Si China tuviera una moneda tan fuerte como corresponde a su economía, el país dejaría de invadir los mercados mundiales con productos artificialmente baratos (por el valor del yuan) y además importaría muchas más mercancías de los países industriales.
El Gobierno chino no respondió a las críticas de Obama y tampoco ha boicoteado la visita de la Clinton a Rangún, pese a que con ello se resalta su gran fracaso diplomático e inversor en el SE asiático. Aquí hay que recordar que un nacionalismo rabioso y una extrema inestabilidad política interna llevó a los militares que se habían hecho con el poder en Birmania a un aislacionismo radical y la correspondiente falta de recursos económicos. El hecho lo aprovechó Pekín para ofrecerse como inversor en una serie de macroproyectos estructurales.
Esta ayuda se reveló en pocos años que era una forme de neocolonialismo que les salía caro a los birmanos y que, además, beneficiaba casi exclusivamente al Yunnan y demás provincias próximas chinas en su expansión industrial.
Esto fue tensando las relaciones entre Pekín y Rangún hasta el punto de que el verano último el Gabinete birmano anulara abruptamente el acuerdo de cooperación con China para la construcción de la presa y central hidroeléctrica de Myitsone, un proyecto de más de 3.000 millones de euros.
La agresividad norteamericana en Asia-Pacifica se debe a los intereses nacionales y a las angustias internas de Obama, cuya reelección el año próximo peligra. Pero se debe también, y en gran medida, a la forma china de defender sus intereses -con paciencia y evitando al máximo las confrontaciones directas- así como al hecho de que Pekín necesite en interés propio unos Estados Unidos florecientes. En primerísimo lugar, porque en estos momentos China tiene comprados bonos estadounidenses por valor 1,14 billones de dólares.