EL ritmo de esta crisis es infernal. No hay semana sin algún sobresalto mediático como el proporcionado por el primer ministro griego Papandreu, mientras que la gota malaya del paro sigue erosionando el mercado laboral con más de 4.000 puestos de trabajo destruidos cada día. Ambas circunstancias ponen de manifiesto la incapacidad de los gobernantes para gestionar los dos grandes problemas que se perciben, bien sea desde el especulativo mercado financiero, obsesionado con la deuda soberana en Europa, bien sea desde la ciudadanía, temerosa una parte e indignada otra ante las dimensiones que está tomando el desempleo, la pobreza y el recorte social.
Menos mal que el nuevo presidente del BCE, Mario Draghi, se ha estrenado en el cargo con una bajada de 25 puntos básicos en el tipo de interés oficial del euro. Ha sido cambiar de presidente y ¡voilá!, baja el precio del dinero en una medida que confirma el riesgo de una nueva recesión y quiere estimular la economía europea al margen de la inflación. Una medida que pone más dinero y más barato en el mercado crediticio, aunque, de momento, los únicos beneficiados son los bancos, que han aumentado en casi dos décimas el margen entre el tipo del euro (1,25%) y el Euribor (2,044%). Todo ello, sin olvidar las necesidades de recapitalización de la banca impuestas recientemente por la Autoridad Bancaria Europea (EBA).
Por tanto, habrá que esperar a los próximos días o semanas para comprobar si se mantiene la tendencia bajista del Euribor en la subasta interbancaria diaria, ya que no se descarta nuevas bajadas en los próximos meses. Tampoco conviene que se hagan ilusiones quienes tengan la revisión de su hipoteca, ya que en noviembre de 2010 el Euribor estaba ligeramente por encima del 1,5 por ciento y hoy supera los dos puntos porcentuales. Sólo lo notarán aquellas hipotecas sujetas a revisión semestral (si no tienen la famosa 'clausula suelo') porque el pasado mes de mayo el Euribor marcaba 2,147 por ciento. No obstante, el descenso del indicador tampoco será lo suficientemente pronunciado como para producir un alivio sustancial en los bolsillos de los hipotecados.
Bien es cierto que la decisión del Banco Central Europeo contribuyó a calmar, en parte, la tormenta bursátil desatada con el anuncio de un referéndum en Grecia para aprobar o rechazar las medidas impuestas para evitar la quiebra que amenaza al país heleno. Pero semejante consulta ponía en tela de juicio la legitimidad de las 'euroautoridades' y la estabilidad del mercado financiero. Podría ocurrir como ya sucediera en el año 2005, cuando franceses y holandeses rechazaron la Constitución Europea, o en 2008, año en que los irlandeses se negaron a aceptar el Tratado de Lisboa. Era necesario poner freno y evitar un nuevo rechazo que pusiera en evidencia la debilidad europea frente a la crisis que, se quiera o no, se apoya en el oscurantismo y en la falta de debate democrático en la toma de decisiones.
Se podrá argumentar los múltiples errores cometidos por las autoridades griegas (falsedad en las cuentas públicas para ingresar en la zona euro; despilfarro del dinero público; enorme deuda soberana; alta tasa de desempleo y corrupción) que han hecho necesaria la intervención externa para evitar su quiebra. También se puede decir que la maniobra de Papandreu tenía un objetivo disuasorio, dada su debilidad dentro de su partido, la indignación de la ciudadanía griega ante los duros recortes sociales que se les venía encima y la postura del principal partido de la oposición que se negaba a cualquier acuerdo con el Gobierno.
Se puede argumentar eso y mucho más, pero ninguna de estas razones justifica que los griegos no puedan ejercer su soberanía y decidir sobre su futuro, dentro o fuera de la Eurozona. Es su derecho democrático y es la condición sine qua non exigida por la Unión Europea para que un país pueda ingresar en el proyecto iniciado en Roma en 1957. Por ello, las presiones del tándem Sarkozy-Merkel como defensores a ultranza de sus respectivos sistemas bancarios (los más expuestos a la deuda griega) y las amenazas de la troika, formada por la Comisión Europea, el FMI y el BCE (cuyos respectivos organigramas jerárquicos nada tienen que ver con la democracia) suponen un duro golpe al proyecto europeísta y la confirmación de que estamos ante la Europa del Capital.
Europa, la vieja Europa, tal y como la hemos soñado, se tambalea. El Estado de Bienestar europeo se recorta en el marasmo de medidas que se están tomando para evitar la quiebra de los primeros causantes de la crisis económica: la banca. Sarkozy, Merkel, la Comisión, el BCE o el FMI utilizan con arrogancia la fuerza del capital para frenar la democracia, pero apenas mueven un dedo para poner freno a la especulación financiera que nos ha llevado a la situación actual.
Si nadie lo impide, el proyecto europeo que inició su aventura hace ahora 60 años de la mano de Jean Monnet y Robert Schuman será un simple recuerdo dentro de unos años.