Cerramos el curso 2010-11 de Barnealdea y lo hacemos con la decepción de ver confirmados los temores que teníamos, a principios del pasado septiembre, sobre la capacidad de los Gobiernos europeos para hacer frente a la grave crisis que padecemos desde que en agosto de 2007 se colapsó el mercado financiero en EE.UU. al emerger el fraude de las hipotecas subprime. En efecto, hace nueve meses (6.09.10) esta columna llevaba como título un premonitorio Curso caótico que, a juzgar como están las cosas se quedó corto, ya que los problemas existentes en aquella fecha, lejos de solucionarse, se han ido agravando y agrandando hasta convertirse en un tsunami que amenaza con destruir el tinglado económico y financiero construido en torno a Europa y el euro.

El balance de este último año no puede ser más demoledor para los países llamados periféricos. Ya saben, ese cuarteto de socios a los que los medios financieros anglosajones calificaron con el acrónimo peyorativo de PIGS (literalmente cerdos) al coincidir con sus iniciales en inglés: Portugal, Ireland, Greece y Spain. Sin embargo, los PIGS no son el principal y más grave problema que amenaza a la economía mundial, porque entre la desmesurada ambición de unos (responsables del sistema financiero y del neoliberalismo) y la ineptitud de otros (responsables de la gobernanza) para diagnosticar el origen de la propia crisis han creado el escenario adecuado para que se produzca lo que algunos, como Nouriel Roubini, catedrático de la Universidad de Nueva York, definen como la "tormenta perfecta" sobre la economía mundial.

Ambición e incapacidad son los dos rasgos humanos que caracterizan esta crisis y que me recuerdan la leyenda mitológica griega del rey Midas quien obsesionado por las riquezas consiguió que el dios Dionisio le otorgara el don de convertir en oro todo lo que tocaba hasta que, viendo que no podía comer los alimentos que a su contacto quedaban transformados en dicho metal, pidió al dios que le liberara de su don, para lo cual tuvo que bañarse en el río Pactolo, que desde entonces contuvo arenas auríferas y se retiró para llevar una vida tranquila. Empero, no aprendió la lección y un día presenció la competencia musical entre el dios Apolo, que tocaba la lira, y Pan, el semidios de los pastores, que tocaba la siringa o flauta de nueve tubos. Para decidir cuál de los dos instrumentos emitía la música más armoniosa y dulce, eligieron como árbitro a Midas, y éste, un poco duro de oído, eligió como vencedor a Pan. Entonces Apolo se enfadó con él y le castigó adornando su cabeza con orejas de burro.

Hoy, vistos los resultados obtenidos en los últimos meses, podemos aplicar el mito de Midas para señalar a quienes no poseen la prudencia y sabiduría suficientes para gobernar este mundo. Se han hecho acreedores a las orejas de burro porque, tras dejarse llevar por la sensación de que todo lo que tocaban se convertía en oro, no han sabido discernir entre las dos opciones para salir de la crisis: por un lado la armonía de lo justo y equitativo aplicado a un cambio del modelo económico y, por otro lado, el ruido del desempleo y el empobrecimiento de la sociedad mediante duros ajustes fiscales, reformas laborales y reducción del déficit público para justificar la reestructuración de la deuda pública de los PIGS, cuando en realidad lo que pretenden evitar las medidas impuestas desde el eje franco-alemán, el BCE y el FMI es un nuevo colapso del sistema financiero que, después de las ayudas públicas recibidas en los primeros meses de la crisis, mantienen en la actualidad un alto grado de rentabilidad y beneficios sin que se vean obligados a prestar ayuda financiera a los países o sectores productivos con problemas.

De modo que estamos como hace cuatro años. El riesgo de colapso financiero se mantiene, pese a los sacrificios de la sociedad, traducidos en millones de empleos destruidos y una fuerte reducción del bienestar social. Como se puede comprobar nada se ha avanzado. Ahora nos hablan del riesgo de un desequilibrio irreversible en la eurozona y de nuevas medidas (Pacto del euro) para impedirlo. En realidad, no saben o no pueden solucionar un problema originado en la obsesión humana por las riquezas más allá de un horizonte equitativo.

Paradojas humanas. En primera instancia, la crisis puso muchos de los dogmas neoliberales, pero hoy, cuatro años después, se han convertido en invulnerables. Algunos siguen pensando que son el rey Midas y otros siguen eligiendo la música del semidios Pan, mientras la mayoría de los ciudadanos muestran su indignación.

Merecen las orejas de burro.