ANA Rosa ejerce de jueza en Telecinco. Siempre le gustó andar con la toga puesta desde su debut en Veredicto, allá por los años 90. Lo malo es que la señora Quintana no entiende de leyes y su espacio matinal se parece cada vez más a una sala de vistas. Y así da la impresión de que se ha privatizado la administración de Justicia y que no hay frontera entre la audiencia de la tele y la institución de la Audiencia, error mayúsculo.

Enajenada en su papel, Ana Rosa afirma haber hecho un gran servicio a la Justicia al conseguir que Isabel García reconociera en directo lo que había negado ante la Policía: que su marido, Santiago del Valle, le confesó haber matado a la niña Mari Luz Cortés. Sucedió en las siguientes circunstancias: la declarante, discapacitada mental, fue arrebatada de su entorno y llevada a Madrid, aislándola de todo contacto ajeno al programa; fue entrevistada a presión por varios colaboradores que la tildaron de mentirosa e intentaron de mil maneras inducirla a la acusación. Finalmente, acosada y sin defensa, se derrumbó asegurando que su esposo "se cargó a Mari Luz". No es un retrato medieval de la Inquisición: aconteció el viernes pasado en la España del siglo XXI. ¡Viva Ana Rosa Torquemada!

Si hay algo más repugnante que la mentira es la verdad forzada. Ni aun en el supuesto de que lo revelado por esa desgraciada fuera cierto, ningún tribunal puede dar por válido un testimonio tan carente de garantías. Y por dignidad democrática debería reprobar a esta fingida magistrada por malversación del odio y otras emociones públicas. También a la profesión periodística le concierne enfrentarse al extravío mercenario de telebasura, aceptando que, si bien no es posible en la práctica erradicar los juicios paralelos, al menos éstos no coincidan con los juicios reales. De lo contrario, se producirá un desplazamiento perceptivo de la Justicia hacia los platós: los juicios para lelos.

Y en esa confusión de realidades quien tiene las de ganar es Berlusconi, tan dueño de Telecinco como presunto delincuente.