mALOS tiempos para la risa, la más liberadora emoción humana. Cuando más urgente es su encantamiento y cuando la subversión de la alegría resulta indispensable, parece haberse agotado su fabricación y la tele se ha puesto seria y penitenciaria. La vieja sociología, la que conocíamos antes de la crisis, sostenía que en tiempos de penuria se produce una réplica espontánea de humor y regocijo para restablecer el equilibrio y asegurar la supervivencia. En esta desventurada época a la gente le gustaría disfrutar de programas de exuberante y rica comicidad y no los encuentra. El mayor déficit público que padecemos es el de la risa. Porque el hombre es "un animal que ríe" (Bergson).
La televisión está triste… ¿Qué tendrá la televisión? La televisión no ríe, la televisión no siente, escribiría hoy Rubén Darío. Ocurre que el sentido del humor -máxima expresión de inteligencia- ha sido sustituido por la carcajada hiriente y el vil sarcasmo de la parodia escarnecedora. El problema es una descomunal ausencia creativa. El intermedio, de Wyoming, Tonterías las justas, de Florentino, y Sé lo que hicisteis, de Patricia Conde, son espacios que apuestan por la ridiculización vulgar y al montaje cáustico sobre sucesos cotidianos. Qué poca ocurrencia, como la de los sobrevalorados autores de novela histórica, que plagian del pasado remoto lo que son incapaces de crear en su imaginación.
En Euskadi no nos libramos del hambre de risa. El feliz hallazgo de Vaya semanita vive de las rentas y su audiencia ha menguado a registros que últimamente no alcanzan el 7%, por debajo de la media de ETB2. Se puede culpar al presupuesto, que ha encogido al compás de la crisis; pero el humor en televisión exige intérpretes y guionistas brillantes, como José Mota, el único que relumbra en el actual invierno de la risa. Veremos hasta dónde llega Finlandia en los sábados de ETB1, con Anjel Alkain, verdadero actor cómico. Es complicado reírse en la fúnebre pantalla de Surio; pero estamos dispuestos, si hay ingenio, a una tregua divertida.