Cuando antes de cumplirse los cuatro minutos de juego anotó David Villa el primer gol del Barça suspiré profundamente, me arrellané en el asiento, desactivé el módulo pasional del cerebro (?) y me puse en disposición de asistir al partido con resignación cristiana pues, aunque suene a prosaico, para situaciones así conforta la educación recibida. Con el fatalismo por bandera, he de reconocer que maldije por lo bajines a Joaquín Caparrós, a quien entonces le vi preso de un ataque de entrenador por dejar en el banquillo a Muniain y David López, o sacar del baúl de los recuerdos a Iturraspe para tan señalada ocasión. La cuestión estaba en lo siguiente: si al mismísimo Real Madrid los sínfónicos de Guardiola le habían obsequiado con un recital de cinco goles a cero tampoco sería ningún desdoro una cifra parecida, pero no más, pensando sobre todo en la moral de la tropa.
Pues bien. Terminado el partido entrevistaron a Messi y el genio argentino se deshizo en elogios hacia el Athletic, por lo mal que los jugadores rojiblancos se lo están haciendo pasar, tanto en la Copa como en la Liga. Pude observar el nervioso caminar de Pep sobre la banda, probablemente acongojado por la deriva del partido, de tal forma que en cuanto Messi impuso la lógica hacia el minuto 77 anotando el segundo y definitivo gol azulgrana, el técnico catalán recurrió a un cambio claramente defensivo (Keita por Villa) mostrando sin ambages que el miedo estaba carcomiendo por dentro su ascético cuerpo.
En resumidas cuentas, se puede decir sin asomo de dudas que los gladiadores de Caparrós en vez de acudir al coliseo blaugrana entregados al complaciente ¡ave César!, los que van a morir de te saludan!, salieron más gallardos que Espartaco, hasta el punto de cuestionar la alcurnia del que probablemente es el mejor equipo de todos los tiempos y regalar un grandioso partido de fútbol.
En resumidas cuentas, también se puede decir que como era una derrota prácticamente asumida de antemano, supo a dulce por la forma en la que se produjo. Sin claudicar de inmediato; sobreponiéndose con donaire al tempranero gol de Villa; manteniendo al tensión competitiva durante todo el encuentro, amenazando a tan reputado rival con amargarle la noche y, a la postre, volviendo a casa hasta con un rictus de satisfacción por el deber cumplido.
Es decir, que apenas pude concentrarme en los detalles tácticos y estratégicos por el vértigo que adquirió el partido, embelesado como estaba por los arabescos que trazaban con el balón Pedrito, Xavi, Iniesta, Villa, Messi, Alves e incluso Busquets; la incesante marejada de fútbol que estallaba contra el área rojiblanca; la sensación de que, tarde o temprano, tanta insistencia acabaría quebrando la resistencia del Athletic. Y sin embargo no ocurrió el desastre presagiado, y de vez en cuando el león también rugía, y lanzaba zarpazos con la saña de un implacable depredador.
Así que uno no sabía muy bien deducir si las dudas y vacilaciones que atormentaron a Piqué tenían que ver con sus escarceos amorosos junto a Shakira, que le tienen empapado de salsa rosa y eso atosiga, o eran efecto de la tenacidad mostrada por Fernando Llorente. También acabé asombrado por la actuación de Fernando Amorebieta, tan adusto; que no dio ni una patada en todo el partido, ni siquiera un leve empujón al contrario; de tal forma que acabé preguntando si la convalecencia de su lesión la llevó a efecto en un convento de las Carmelitas Descalzas.
Cosas extrañas ocurrieron en esta vigésimo cuarta jornada liguera, donde el Athletic plantó cara sin complejos al mismísimo Barça; Osasuna experimentó una extraña resurrección bajo los efluvios de su nuevo técnico, José Luis Mendilibar (¡Será cierto que los jugadores rojillos le estaban haciendo la cama a José Antonio Camacho?) y Dani Aranzubia marcó un gol de bandera en el último suspiro del Almería-Deportivo, otorgando un balón de oxígeno imprevisto al depauperado equipo de Miguel Ángel Lotina.
El fútbol admite estas locuras, alienta la desmesura, alimenta la pasión y por eso atrapa tanto. Pero de vez en cuando da pábulo a la reflexión y deja espacio a las preguntas obvias. Por ejemplo, ¿por qué el Athletic no afrontó el partido de Mallorca con la misma contumacia, concentración y arrojo que en el Camp Nou a la caza y captura de unos puntos tan importantes, pero mucho más factibles de adquirir?