lOS que aborrecemos la Historia (el relato de piedra y espada comprimido en tronos, altares y pedestales y propagado por los siervos del sistema) estamos vacunados contra los productos que la televisión (y también el cine) recrea sobre episodios y personajes históricos. Como sabemos que no hay Historia, sino historias, solo las aceptamos como obras de ficción o especulaciones de autor sobre el pasado. Pero no todos siguen esta sana prevención. El PP ha criticado con dureza la supuesta "revisión histórica sesgada" de la serie 14 de abril. La República, que emite TVE, obviando que se trata de un drama de amor ambientado en los turbulentos años treinta.

Se puede hacer un juicio de intenciones y señalar algunas sublimaciones republicanas en la serie; pero aún así no pasa de ser un estético romance de almidón, no la momia de la Historia revivida. Quizás por la misma obsesión Basagoiti decida reprender a su socio, López, por el saludo de ¡Viva Rusia! con que el jocoso David de Jorge, puño en alto, despide cada día su programa de cocina en ETB.

Si nuestros niños entienden la fantasía de Caperucita y Peter Pan, no me explico por qué sectores conservadores de la sociedad española dan carta de naturaleza a los hechos narrados en la película El nombre de la rosa, hasta el punto de movilizarse para impedir que se emitiera ayer en 13TV, la televisión amarilla y blanca de los obispos cuyo lema es un connotativo Creemos. ¿Tanto como para dar por ciertas las peripecias del ficticio fraile Guillermo de Baskerville y el negro retrato de la Iglesia? Entre creer y credulidad hay un mundo de ignorancia.

Es curioso el magnetismo que la referencia "basada en hechos reales" produce en los espectadores. En Hollywood lo saben y juegan a la ambigüedad entre lo veraz y lo imaginado. ¿Sed de realidad? No, creo que los humanos conservamos de la tribu un relato mítico y legendario de nuestro proyecto existencial, con lo que los hechiceros de antes son las televisiones de hoy. "La tele es el sucedáneo de Dios", Umberto Eco dixit.