SI estamos de acuerdo con que a una empresa industrial se le exija reducir o eliminar sus emisiones al medio ambiente y sea sancionada, incluso clausurada, en caso de que persista en su asfixia pública, ¿por qué no aplicar el mismo criterio contra las emisiones contaminantes de la televisión? ¿Que no es lo mismo, dice usted? Muy bien. ¿Y cuál de las dos es peor, la que te quema los bronquios o la que abrasa la convivencia, el buen gusto, el respeto, la educación, la intimidad y la verdad todos los días? La diferencia, replica usted, es que la tele se puede apagar a voluntad y la polución atmosférica no tanto. Claro, y así declaramos el estado de indiferencia general ante el vertedero de la comunicación social, donde reinan las ratas con su rata mayor, Berlusconi, en la cúspide de la inmundicia. No, señor; la sociedad democrática tiene el deber de fijar sus prioridades frente a lo que objetivamente la envilece. Y le recuerdo que el espectro radioeléctrico es propiedad pública y los canales privados meras concesiones administrativas, sujetas a condiciones que están siendo vulneradas.

Me repugna la Ley Audiovisual de Zapatero: es un bodrio propenso al monopolio fáctico de las cadenas privadas; pero estoy conforme con su previsión de crear el Consejo Estatal de Medios Audiovisuales, órgano encargado de velar por la transparencia y el pluralismo y también por la protección del menor. Sin duda, debe intervenir sin complejos en los contenidos y precisar cuándo los niveles de contaminación digital son punibles. ¿Censura? No, prelación de la dignidad sobre la infamia. ¿Acaso es censura la limitación de velocidad en carretera y no cruzar con el semáforo en rojo? ¿Es censura la prohibición del homicidio? Por encima de Belén Esteban, Gran Hermano y los pregones incendiarios de Intereconomía y Veo TV están el honor y el autorrespeto de la comunidad. Son las reglas para la sostenibilidad de la decencia humana. A este Consejo le corresponde ventilar nuestra televisión y demostrar que la libertad también es una ecología.