Hoy se parará el mundo con la disputa del partido Barça-Real Madrid, potaje de pasiones deportivas y patologías políticas: muchos lo perciben como un duelo de España contra Cataluña. Desde la perspectiva televisiva el encuentro, que únicamente podrán seguir los abonados a las plataformas de pago por visión, es el símbolo de la regresiva evolución del sector audiovisual y de la enorme brecha que se está abriendo entre las clases sociales. Este modelo de televisión es antidemocrático, porque incrementa las diferencias socioeconómicas y señala una nueva distinción clasista entre quienes pueden costearse la programación a la carta y quienes deben conformarse con los canales gratuitos, obviando que las telecomunicaciones son de dominio público.

Si este patrón neoliberal se consolida, en pocos años a los estadios solo acudirán los pobres para aportar el sonido ambiente de los vítores y el atrezo de las banderas, mientras los ricos se quedarán en casa disfrutando del espectáculo en sus superpantallas 3D de 60 pulgadas, high definition, surround sound y sistema iPlus.

Y a los aún más pobres les quedará la opción de ver los partidos en el bar con los vecinos, aunque esta vez ni eso, porque La Sexta -tan socialista- ha enviado a la policía a cortar la señal a casi diez mil establecimientos y jorobar a los que no están para dispendios en estos tiempos de galopante desempleo. Frente a la tiranía, los Robin Hood de internet piratearán las imágenes del satélite y repartirán el pan del fútbol entre los desheredados.

Este modelo clasista de televisión es también fruto de la alianza entre los clubes de fútbol, enloquecidos por el derroche, y los grandes grupos mediáticos, prescriptores de la vaciante cultura del entretenimiento.

Sin televisión el fútbol de élite desaparecería y sin fútbol la televisión perdería su principal entrada de ingresos y audiencia. Creo que las personas realmente libres son las que consumen poca televisión y se muestran indiferentes al espectáculo, con la densidad de la vida como prioridad.