escribo estas líneas en medio de un camino decepcionante, porque sigo sin poder comentar una buena noticia económica, y jalonado por la resignación general a la que nos invita Zapatero, impotente ante la suerte que pueden correr en el futuro los millones de personas que han perdido su empleo, tras reconocer y manifestar en el Congreso de los Diputados que "nos va a costar tiempo y esfuerzo volver a crear empleo". Junto a esta resignación, nuevos obstáculos se están materializando en el devenir económico como una inexorable espada de Damocles.
Destaca, entre esos obstáculos, el neoproteccionismo que pretenden imponer las grandes potencias económicas, bien sean EE.UU. y China en el escenario mundial, así como Alemania y Francia en el marco de la eurozona, donde se pone de manifiesto la debilidad de su moneda, el euro, "la más visible y palpable señal del destino común europeo", en palabras del presidente del Consejo, Herman van Rompuy. No obstante, la máxima autoridad de la moneda europea, el BCE, daba una nueva vuelta de rosca a su credibilidad en el mercado internacional al dar el visto bueno a la prueba de resistencia realizada el pasado mes de julio entre la banca europea que se cerró con el aprobado de los mismos bancos irlandeses que hoy se encuentran al borde del abismo.
El problema fundamental reside en la ausencia de un auténtico gobierno económico y político en la UE, así como en la incapacidad de los gobernantes, autocalificados como progresistas, para romper la inercia neoliberal que confirma a la economía de mercado como el único sistema posible, aunque haya sido el causante de la crisis y abandone a su suerte a millones de parados que pierden su empleo, su casa y su esperanza.
Los últimos datos referidos a la economía vasca ponen los pelos como escarpias. La globalización y la crisis ponen en peligro la supervivencia del 70 por ciento del tejido industrial vasco, amenazada por los países emergentes que ofrecen productos a más bajo precio y elaborados con tecnologías de nivel medio. Es decir, con mejores ratios de productividad y competitividad.
Los gobiernos, sea cual sea su dimensión (europea, estatal o autonómica), se dejan llevar por una estrategia económica darwiniana en la que sólo sobrevivirán los más fuertes. Han abandonado sus principios ideológicos para dejarse llevar por la inercia de sus intereses políticos. La UE no puede hacer frente al proteccionismo de EE.UU. y China, pese a que la esencia de la Unión es un mercado libre y tampoco puede obligar a Irlanda a que reconozca la gravedad de su crisis bancaria que puede contagiar a media Europa. Zapatero, por su parte, admite ahora su impotencia para crear empleo después de que la aprobación del Presupuesto 2011 garantice su permanencia en La Moncloa y pone al mismo nivel los salarios, las pensiones y los beneficios empresariales.