Todo progreso obedece a la ley maestra del método científico: prueba una y otra vez hasta dar con la verdad. Ahora, cuando se anuncia que un nuevo ferry tenderá otra vez puentes entre Bilbao con Portsmouth, cobra razón la vieja sentencia del general Marco Tulio Cicerón, cuando dijo aquello de cuidados acarrea el oro y cuidados la falta de él. Hubo un tira y afloja con la edad de navegación del Pride of Bilbao, se habló de un caso digno de Agatha Christie -El misterio de los bonos perdidos hubiese sido un buen título...- y, de repente, veinte años de travesías se fueron por la borda. Parecía el fin del romance entre una y otra costa, el acabose de una historia de amor que ha durado más de un siglo. Era, dicen los técnicos, la solución.
Hecho el diagnóstico, han encontrado el tratamiento. A partir del 27 de marzo volverán a enviarse mensajes de amor en una botella. Será encargado de llevarlos el Cap Finistère, nombre del nuevo barco escogido. Más pequeño y ágil, su misión es, sin embargo, crucial: mantener viva la tradición.
Los lazos entre Bilbao e Inglaterra se remontan muchos mares atrás, cuando estalló la revolución industrial y despertó la fiebre del carbón, el hierro y el acero. Apenas quedan vestigios de aquel fructífero abrazo que trajo hasta nuestras orillas el progreso y al Athletic, dos piezas esenciales en la mecánica de ser bilbaino. Y, sin embargo, los lazos comerciales siguen siendo tan importantes como cien años atrás. Ha cambiado el género, pero se mantienen los vínculos, como si unos invisibles lazos de sangre hermanasen ambos pueblos. Hoy, es cierto, no hay mineral que llevarse a la boca, pese a que ACB, la acería compacta, es un monumento al afán por no perder las credenciales como productor de acero. Con todo, la relación se mantiene estrecha, como corresponde a dos enamorados. Es en la industria aeroespacial, en los campos de la biotecnología, en la innovación y en los medios de transporte -este nuevo ferry es un ejemplo y hay otros más, vinculados a las líneas aéreas de bajo coste- donde se tejen redes intensas de forma conjunta. Así pues, el romance tiene trazos de inmortalidad. Ambos pueblos parecen condenados al más feliz de los castigos: el amor eterno.