cUANDO el 1 de septiembre sonó en mi móvil la llamada de Aspaldiko invitándome a formar parte del panel de tertulianos del programa, pensé que su objetivo era asimilarse a Pásalo y deshacer así los males de aceptación y credibilidad que pesan desde su inicio sobre el espacio de Urrosolo por desplazar al magazine de Adela e Iñaki mediante una decisión política y no profesional (a nadie en sus cabales se le ocurre tumbar un programa que supera la audiencia media de la cadena). Poner rostro de Pásalo a Aspaldiko es la apuesta a la que un servidor, frente a otros que la han aceptado, no juega ni por vanidad ni por dinero.

Por imperativo de la audiencia, Aspaldiko, que ahora se llama A2 (de sospechosa coincidencia fonética con ados, de acuerdo en euskera) ha emprendido una deriva desesperada, pero sin redimir su pecado original: su prurito gubernamental. Urrosolo se ha hecho el harakiri y deja de presentar el programa porque los estudios de opinión han emitido un veredicto de rechazo a su narcisismo. Con tan limitada enmienda, A2 ha tomado la A8 y se ha ido de Galdakao a Donostia para dar tarea al inactivo Miramón. Y ha reformado con cuatro tableros y algunos watios más el diseño del plató, ahora minimalista.

Las cosas han empeorado con el pegote de un concurso tan penoso y caduco que parece rescatado de los archivos de la televisión de hace treinta años, cuando la tele era joven y casera y se hacía con pocos medios. Y si el concurso es malo, aún peor es su presentador, cuya torpeza verbal y desidia escénica no superarían un casting en una emisora municipal. El diálogo ha encogido y prosperado la discordia. Con toda intención A2 ha censurado los temas políticos, excepto para el circo de los senadores (2 a 1 a favor del gobierno López) y busca el enganche en los tópicos y el morbo servido por un espacio criminal, porque de viejos crímenes trata.

La nostalgia, la mirada enfermiza al pasado, es la opción desesperada de A2 para salvarse, lo mismo que quienes no creen en el futuro. ¿Llegará a diciembre?