Conocen el viejo chiste de la boya grande...? Dos hombres se encuentran una tarde de pesca. El primero de ellos lleva una boya de proporciones descomunales; todo un señor boyón. Sorprendido, el compañero de caña le pregunta por qué. El pescador sostiene que es consecuencia de un deseo que pidió al Dios de los mares en ese mismo punto; un anhelo cumplido. Creyente confeso en los milagros del mar, el hombre se pone a pedir: ¡pelas, pelas! Lo que yo quiero son muchas pelas. Al anochecer, aparecen en su casa cientos de velas encendidas, tantas como en un ritual de santería. El hombre, atónito, buscó a la mañana siguiente a su camarada de pesca para contarle lo sucedido. Sin expresar sorpresa alguna, éste le contestó: ¡A ver si crees que yo pedí tener la boya más grande del mundo!

Ha venido esta historia a la memoria de la columna al leer las amargas quejas de los amarristas de Plentzia, hombres curtidos en ese dédalo de corrientes y contracorrientes; simas, arrecifes, cavidades y pecios que dibujan la geografía submarina de la localidad. No en vano, han navegado durante más de media vida aquellas aguas y las conocen mejor que el camino de regreso a casa. Protestan porque el balizamiento de la Ría de Plentzia se ha hecho, a su entender, a ojos cerrados. No entienden como la empresa contratada ha colocado una cuerda de boyas en el eje central del canal, el tramo más seguro para la navegación. Tampoco entienden, al parecer, cómo no se han recaudado consejos de los lugareños. Todo ha sido, a su entender, un desdén y un despropósito, sin aligerar el cauce ni permitir que la arena haga su artesana labor de puerto. No quieren más boyas ni boyones, dicho sea sin segundas; sino una lectura limpia del mar. No es un capricho. Se aproximan las fiestas del Carmen, donde muchos marineros de agua dulce se echan a la mar. Hay que protegerlos.