Malditos por el Mundial
moacyr El Negro Barbosa murió por segunda vez el 8 de abril de 2000 a los 74 años de un ataque al corazón, solo, como un perro apestado, aunque para entonces llevaba medio siglo sepultado en vida, víctima del famoso Maracanazo, acontecer que Brasil rememora anualmente releyendo una de las páginas más sombrías de su historia y cubriéndose de luto.
Como saben, la canarinha perdió el Mundial de 1950 que de antemano tenía ganado. En la final, ante 200.000 torcedores congregados en el enorme estadio de Maracaná, Uruguay sorprendió a los brasileños y ganó por 2-1. Hubo suicidios, la moral del país cayó por los suelos y culparon de todo al Negro Barbosa, considerado hasta entonces uno de los mejores porteros del mundo. La tragedia cabe en un segundo fatídico: un descuido, el gol de Alcides Ghiggia y el desastre nacional.
Poco antes de morir, en una entrevista, Barbosa dijo: "En Brasil la pena que la ley tiene para un criminal es de treinta años. Están por cumplirse cincuenta años de esa final y yo sigo encarcelado: la gente todavía dice que soy el culpable". Para colmo de su desdicha, el destino, con otra estridente carcajada, colocó al maldito portero como empleado de mantenimiento de Maracaná, perpetuando en su persona el amargo recuerdo y el desprecio general.
Desde entonces se acuña el término Maracanazo para destacar una sorpresa futbolística (el Centenariazo, el Alcorconazo...), pero desde entonces, también, como nunca antes, el Mundial comenzó a marcar a fuego, con la misma furia indeleble, a héroes y villanos.
Por eso Cardeñosa ha pasado al lado oscuro de la historia por su no gol a Brasil en Argentina"78, arrinconando su enorme clase futbolística; y Andoni Zubizarreta por el que se metió frente a Nigeria, un error del que la selección española no supo sobreponerse en Francia"98, donde acabó eliminada en la primera ronda. Sin llegar al calibre de Barbosa son dos ejemplos bastante ilustrativos de los peligros que entraña un Mundial, capaz de elevar a los altares a un jugador o condenarle al averno por un puntual mal instante.
Por desgracia, el Mundial también desata las más bajas pasiones humanas y enerva hasta sobrepasar el límite de lo racionalmente tolerable la fervorina patriótica.
El de Sudáfrica ya colecciona un buen puñado de selectos antihéroes. Se sabe que Anelka ha mancillado la grandeur de Francia y su figura representará por los siglos de los siglos la mayor catástrofe en la historia del deporte galo. Episódicamente, cada cuatro años, por siempre jamás, cuando se vuelvan a desempolvar las memorias mundialistas, los hijos y los nietos de Anelka, Abidal, Govou o Gallas conocerán que son estirpe de réprobos.
De Italia, el otro finalista del anterior Mundial y vigente campeón, han sacado del retablo catedralicio al gran Cannavaro, otrora insigne mariscal y ahora símbolo de la atroz decadencia del imperio romano.
Sobre los ingleses, los tabloides escribirán de todo, y todo malo, pero seguro que se ensañan en Terry, por mujeriego, traidor o instigador de una rebelión hacia Capello, quien a su vez perderá para siempre esa orla de triunfador infinito que tan buenos gatillazos económicos le ha procurado. Y sobre la FIFA, que son una cuadrilla de mangantes por robar un gol legal a Lampard en pleno frenesí del partido frente a los germanos.
¿Y la selección española? Que espere bien agarrado Vicente del Bosque, el adalid del buen rollito, sobre quien tampoco habrá piedad y ya se ha escrito el epitafio: sin personalidad, cagado de miedo, ha osado alterar las esencias del tiqui-taca, el juego preciosista que llevó a España a la conquista de la pasada Eurocopa, incumpliendo la palabra dada.
A la espera de acontecimientos, ya se sabe que Alemania oposita al título con un fútbol alegre y combativo capitaneado por el eficaz Schweinsteiger y sus dos figuras emergentes, Muller y Özil; que Maradona crece en divinidad conforme sus muchachos ganan en eficacia y avanzan imperturbables camino de la final; que los fastos de la colocación de la primera piedra de San Mamés costaron la friolera de 63.545 euros y entre los invitados al catering, un refrigerio de 6.300 euros, no se encontraba Odón Elorza. Y que, al parecer, la construcción del futuro estadio del Athletic sigue su curso.
Perdido en este oasis del despilfarro y si la primera piedra costó 63.545 euros, miedo me da conocer qué han podido pagar por la segunda.