aNTES, los niños jugaban entre ellos; ahora, la televisión les paraliza o juegan solos con sus consolas. Y aunque no tengo un enfoque catastrofista de la influencia de la TV en los menores y mucho menos sostengo un concepto nostálgico de la vida, creo que hemos salido perdiendo con el cambio. Lo peor, en todo caso, es que a la televisión actual le han extirpado la programación infantil, que ha sido sustituida por una boba sucesión de episodios de dibujos animados y series. Una catástrofe infanticida.
Los niños necesitan referentes imaginarios para canalizar su imparable creatividad y hambre de aprendizaje. Los cuentos, los libros, los títeres, los tebeos y, más tarde, el cine nos proporcionaron ese alimento vital. Y con la irrupción de la pequeña pantalla, nuevas fantasías se añadieron a las amistades infantiles. Crecí con Los Chiripitifláuticos en los sesenta. Después llegaron Gabi, Fofó, Miliki y Fofito, a los que siguieron Un globo, dos globos, tres globos, Los mundos de Yupi y, sobre todo, Barrio Sésamo, que dejó huella de su chispa e inteligencia pedagógica en el alma de varias generaciones. ETB abrió su mágico circo con Txirri, Mirri eta Txiribiton, que siguen haciendo prodigios en euskera, y después Betizu.
¿Y qué tenemos ahora para ellos? Dibujos y series a montones, pero no la cercanía y la maravillosa simplicidad de los personajes reconocibles e historias imperfectas que les permitan ampliar sus sueños y comprender las cosas a lo grande. ¿Por qué no hay reemplazo para Barrio Sésamo? Porque hacer programas como este exige talento y directores responsables. Y cuestan más dinero. Y así, entre tiros, tacos y tonterías, tenemos zombies en vez de niños y les estamos robando las ilusiones y su espíritu de juego. Es inhumano.
ETB anuncia el reforzamiento de su programación infantil en su canal ETB3; pero, salvo Betizu, es lo mismo que en España: un empacho de series ridículas y dibujos desalmados. En 1959, la Declaración de los Derechos del Niño no previó este desastre.