Izquierda, izquierda; derecha, derecha; adelante, detrás; un, dos tres... Las historias del tren de alta velocidad (TAV para la economía del lenguaje...), el metro y el tranvía tienen trazos de convertirse en una nueva versión del viejo baile de la yenka, una danza repleta de giros, avances, retrocesos y toda clase de piruetas. Bien es sabido que la abundancia de sueños tiene su contrapeso en el aumento de pesadillas, así que quienes se regodearon con la ensoñación de ver como aterrizaba el metro en sus calles -vecinos de Basauri y Galdakao, por citar a los protagonistas de hoy...- se encuentran ahora con asombro como el reloj del progreso atrasa y no da bien la hora.
No es fácil, y ésta es una de las primeras lecciones que dicta Doña Política, el arte de dar contento a todos, pero la vida gestora es, ha de ser, un equilibrio entre el espíritu (promesas y expectativas...) y la carne (hechos y realidades...). A esa balanza han de invocar los gobernantes, siempre y cuando no se logre la perfección suprema que, a juicio de Walt Whitman y al mío propio (hay que mojarse, ¡carajo!), consiste en formar al mejor gobierno posible, aquel que deja a la gente más tiempo en paz.
Claro que hay otras versiones. Hay quien pide a los gobiernos no que sean perfectos sino eficaces y otros, como Octavio Paz, hijo de una tierra tempestuosa, quien asegura que ningún pueblo cree en su gobierno; a lo sumo, los pueblos están resignados. Sea como sea, la realidad es terca y no se desvía de su camino: hay pueblos que esperan al metro como si trajese en su panza un maná de visitantes o si fuese capaz de transportar a los lugareños a la séptima planta del paraíso. Caben, ya ven, muy diversos puntos de vista.
Disculpen ahora el desahogo a modo de anécdota breve. El señorito tonto del jersey azul coge el metro en hora punta, colocándose en la entrada de un vagón con una bolsa más alta que él. Como es lógico, al señorito le golpean la bolsa al entrar los apresurados pasajeros y él, muy digno, no para de repetirse en alta voz "esto parece África en vez de Bilbao" con tono despectivo. A él, y a todos quienes como él piensan, habrá que decirles que no. En África hubiesen dejado libre la entrada...