He seguido en la prensa el suceso que ha acabado con un luctuoso final; tras seis días de exhaustiva búsqueda, la Guardia Civil encontró sin vida el cuerpo del cazador Joxe Pagola. Ha sido un final agridulce. ¿Qué tiene de dulce esa noticia? El perro que acompañaba a Joxe ha permanecido los seis días velándole, protegiendo su cuerpo inerte del ataque de alimañas que lo hubieran profanado. El mejor, más fiel y noble amigo del hombre, ha estado, cómo no, a la altura de las circunstancias; los canes jamás nos darán un beso de Judas, en su instinto no hay lugar para la traición y la venalidad no existe en su código de conducta. No nos sacrifican si no servimos; el perro no abandona a su dueño: frío, calor, hambre, sed, ataques, todo lo arrastra con firmeza, sin dar muestras de flojera o cobardía; fidelidad perruna lo llamamos con desdén peyorativo. En resumen, no nos dejan tirados como a un perro. Una caricia, unas palmadas en el lomo, un suave rascamiento en el hocico es suficiente para ganar su confianza que demuestran meneando el rabo, con lametazos y un ladrido. El perro de Joxe a buen seguro estaría siempre pendiente de su silbido, tiesas las orejas, raudo y veloz le llevaría entre las mandíbulas la pieza cobrada. Confío en que otro cazador lo adopte y disfrute de su compañía. Joxe, donde quiera que se encuentre, se mostrará orgulloso de su perro, seguirá viéndolo y algún día volverán a reunirse y juntos eternamente caminarán uno al lado del otro con fidelidad recíproca perruna.